Fernando Vázquez Rigada.
Las marchas que inundan al país podrían ser, de emerger los liderazgos necesarios, el fermento de un nuevo movimiento político.
El desencanto ha tocado las fibras más sensibles de la sociedad mexicana y ha hecho emerger un nuevo tipo de militante: la víctima.
La victimización de la sociedad mexicana ocurre todos los días. Cada día mueren ejecutados 41 mexicanos. Se van más de 247 a Estados Unidos. Hay 8 millones de jóvenes sin educación ni empleo. La economía no crece: la raquítica expansión de este año apenas alcanzará para igualar el porcentaje de crecimiento demográfico. 2 de cada cien crímenes se castigan.
Hay, pues, víctimas por todas partes: de la violencia, de la pobreza, del abuso.
Ante la falta de talento político de la clase política mexicana, la sociedad busca la auto organización. Busca representarse a sí misma. Romper las cadenas que le atan a una clase gobernante corrupta e inepta.
De las autodefensas a las asociaciones civiles, de los movimientos sociales a las marchas gigantescas, los mexicanos están votando con los pies.
La respuesta desde el flanco institucional ha sido patética. El gobierno está sin brújula. Un día utiliza un tono represivo. Alerta que aplicará la ley con toda la fuerza del estado. Señala que hay intereses desestabilizadores. Al día siguiente cede y suspende el desfile del 20 de noviembre. Al otro día admite que la sociedad está harta, pero no da ningún tipo de diagnóstico, de mea culpa ni mucho menos de solución a ese desespero.
Los partidos de oposición han brillado por su ausencia. Como si no ocurriera nada en el país, callan. Ante el señala miento expreso de un conflicto de interés mayúsculo y un posible tráfico de influencias, aparecen ausentes.
Los medios de comunicación están atrapados en la complicidad o en la autocensura. Salvo honrosas excepciones, la línea editorial sigue la lógica de callar o, francamente, de desinformar. Por eso su credibilidad cae por los suelos.
Históricamente, el cambio en México ha procedido de la sociedad, jamás de las instituciones. La revolución fue el estallido por la inmovilidad y el abuso. La no reelección por el asesinato de obregón. El 68 marcó el inicio de la democratización del país. El golpe a Excélsior generó la fecundización de una nueva prensa crítica. Chiapas alertó sobre la desigualdad y los derechos indígenas. La movilización social detuvo el golpe que promovía el desafuero.
Hoy estamos ante un punto de inflexión. Los poderes públicos no se han dado cuenta, no quieren hacerlo, pero México no volverá a ser igual. No puede.
Los desencantados forzarán un cambio mayúsculo. El movimiento del desencanto deberá cuajar en peticiones concretas de transformación. Primero, para enfrentar la corrupción. Luego la impunidad y finalmente para liberar las fuerzas democráticas del país que siguen atadas al modelo caciquil y corruptor de ejercer el poder.
Ojalá de aquí emerjan los liderazgos de los que México está ayuno. Marchar no basta. Es una condición necesaria, no suficiente para doblar al sistema y forzar un cambio real. Hay que tener una agenda y hay que tener una organización.
Ya están los militantes. Son millones. Y tienen un nombre preciso: desencantados.
@fvazquezrig