Fernando Vázquez Rigada
A Memo, por su viaje repentino.
No son pocas ni menores las lecciones que se desprenden del acalorado proceso electoral de Estados Unidos.
La primera es obvia: nadie es invencible. Los arrogantes caóticos no ganan siempre. El exceso cuesta. La división no siempre paga. La gente sabe, y castiga. Trump siempre mantuvo una aprobación de alrededor de 47 puntos. Gobernó para esa base y eso fue insuficiente para ganar la reelección.
Segunda: no hay antídoto contra el voto masivo. Cuando la gente sale a votar, no hay nada que la detenga. Se produjo la participación más grande de la historia: 66% contra 65% de la elección de 1908. Había interés de las partes y salieron a expresarse. Ganaron los adeptos del cambio.
Tercera: Las heridas del populismo son profundas. La polarización fue brutal y se extenderá. No son menores las sorpresas: Biden será el presidente más votado de la historia, con más de 75 millones de votos, pero Trump será el segundo más votado, rebasando a Obama por quizá millón y medio de votos. Claro: el padrón es mayor y la participación más alta. Aun así, el hecho queda.
Cuarta: Nadie supera una recesión. Ningún presidente ha sido reelecto en 120 años en recesión. Esta no fue la excepción. Trump será un presidente en funciones repudiado. Solo un reducido grupo ha buscado la reelección y ha perdido desde el siglo pasado: Bush padre, Carter, Ford, Hoover y Taft.
Quinto: el sistema electoral de Estados Unidos está rebasado. Biden sacará algo más de 4 millones de votos a Trump. Su ventaja en votos en el colegio se amplió a 76. Pero la cada vez más latente amenaza de tener presidentes electos sin ganar el voto popular afecta a la democracia norteamericana. Peor: no queda claro si, en su locura, el aún presidente logre forzar a que el colegio le dé un triunfo ilegítimo. Algunos colegios podrían ser forzados a votar contra Biden.
Sexto: La mejor estrategia siempre gana. Biden jugó a apostar sobre las cualidades del liderazgo más que sobre temas. Buscó penetrar el sur, lo que le dio victorias clave en Arizona y Georgia, y apostó por rehacer la muralla azul de estados tradicionalmente demócratas de vocación industrial: recuperó Michigan, Wisconsin, Pensilvania. Lo logró apelando a recuperar los suburbios en todo el país: un tema clave para su victoria. Lo hizo con una gran disciplina: se aferró al centro del espectro y nunca salió de él. De haberse corrido a la izquierda, hubiera perdido.
Séptimo: El alma de la estrategia es el mensaje. Biden eligió mejor el suyo. Ubicó con claridad su coalición ganadora: no se puede hablar a todos, hay que ir por los que te dan el triunfo. Operó políticamente sobre ella y lanzó una ofensiva de aire mejor que la de Trump. Biden gana con los votos aplastantemente mayoritarios de mujeres, afroamericanos, jóvenes y universitarios. La campaña de aire tuvo tres tiempos: el silencio -valga la paradoja- para que Trump se matara solo; el bombardeo sobre sus segmentos ganadores y, al final, igual de importante, sobre la movilización anticipada. Por ello, más de cien millones de personas votaron antes de la elección: la mayoría demócratas, los que al final resolvieron la elección.
Octavo: Una elección es sobre temas. La pandemia importa. Trump nunca pudo sobreponerse a sus dichos que subestimaron la letalidad del COVID. La pandemia lo inhabilitó una semana y se aceleró 57% dos semanas antes de la elección. Quienes piensan que la vida es más importante que la economía, votaron Biden. También quienes creen en las energías renovables y en una agenda con un sentido más social. El tema del valor del liderazgo fue central y Biden lo mantuvo siempre como eje de su ofensiva de aire.
Noveno: La integración del equipo importa. Una vez determinados los segmentos que le darían la victoria, Biden eligió con acierto a su compañera de fórmula. Mujer, afroamericana, joven. Un traje a la medida de su coalición ganadora.
Décimo: la tierra juega. Los demócratas apostaron por el aire, y ganaron. Los republicanos repudiaron la pandemia, hicieron mítines, fueron a tocar puertas, sacaron a su gente a votar: eso les permitió arañar el triunfo. Casi logran una sorpresa mayúscula. Para fortuna del mundo y de Estados Unidos, en elecciones no hay medalla de plata.
Onceavo: La magia del voto hispano es cuestionable. A diferencia de los afroamericanos, los hispanos dividieron su voto. 36% de los hombres latinos votaron Trump. Les importa la economía más que los valores. Creen en un liderazgo fuerte para enfrentar a los tiranos. Piensan que la ley es clave para no regresar a la pesadilla que los expulsó de sus países.
Doceavo: el voto utilitario pesa. Trump no tuvo un mal mensaje: habló de y sólo de, la economía. Se postuló como un líder fuerte, duro, que sabía qué hacer para mantener los empleos y salarios. Dijo que la economía era más importante que la salud. Casi gana. La gente vota a menudo con los bolsillos.
Treceavo: Los Estados Unidos están desunidos. La radiografía del voto no deja lugar a dudas. La inequidad y la polarización tardarán en sanar. Trump aplastó en el voto rural, blanco, cristiano y evangélico, con menor educación, en exmilitares. Esa mitad de estadounidenses cree en las tesis racistas, misóginas y delirantes de Trump. No será fácil sanar esas heridas.
Catorceavo. Pierde Trump, los republicanos, no. Si se confirma que el viejo gran partido se queda con el Senado y recupera asientos en la cámara, se confirma que hubo un voto diferenciado. La gente no repudia al partido: castigó a Trump. La gran interrogante será si el mensaje de las urnas es leído para moderarse o para desatar una nueva generación de Trumps.
Este proceso no ha acabado. Hay un asalto a las instituciones y a la democracia. El aún presidente no ha dado muestras de moderación ni de ser un buen perdedor. Veremos cómo influyen los próximos acontecimientos en los partidos, los medios, los liderazgos, el sector privado, los aliados.
Vendrán tiempos duros. Ninguno, sin embargo, como la tragedia que hubiera significado la reelección de los peores.
@fvazquezrig