Fernando Vázquez Rigada
El partido en el poder continúa su avance electoral en todo el país.
Actualmente, Morena y sus aliados detentan la presidencia de la República, las dos Cámaras del Congreso Federal, 19 gubernaturas, 13 capitales y 17 congresos estatales.
Cierto: su votación disminuyó con respecto al 2018, pero su penetración sigue siendo indudable. Hoy, posee una plataforma de operación territorial, recursos y alianzas con poderes fácticos —legales e ilegales—que lo convierten en una temible estructura electoral.
Es probable, además, que esa penetración se extienda tras las 8 elecciones estatales que median entre el día de hoy y el año 2024.
Las oposiciones han sido incapaces de articular un frente sólido, coherente, potente y atractivo a ese poder que amenaza con convertirse en hegemónico.
Obtuvieron en junio 22 millones de votos contra 20 de Morena y aliados, pero eso no se ha traducido en la articulación de una nueva narrativa de país ni de una propuesta fresca de futuro.
Por eso, por lo pronto, el principal enemigo de Morena no está afuera: está adentro.
Morena es una masa gelatinosa de intereses, militantes, migrantes y expresiones variopintas de carácter regional. No posee una ideología clara: conviven ideas conservadoras con impulsos de izquierda. Engendra una mescolanza de postulados de laicismo con un lenguaje y simbolismos religiosos.
Esa gelatina se mantiene unida, así, no por convicciones sino por el peso de un liderazgo: el de su fundador. El presidente mantiene una alta aprobación. Pero él, que ha sido el molde aglutinador, irá perdiendo fuerza y no resulta claro quien impedirá una implosión cuando él se vaya (si se va).
Las tensiones irán creciendo en la medida en que el poder presidencial decline. Y eso será no cuando entregue la presidencia, sino cuando entregue el poder, es decir: cuando nombre un sucesor.
La primera prueba para preservar la competitividad electoral de Morena será mantener su unidad. La izquierda mexicana, que tiene expresiones duras en el partido, es caníbal. La fiereza de las guerras internas se ha visto en los últimos días, a golpe de filtraciones irrespetuosas hacia el ejecutivo, en una competencia por exhibir cual corriente es más corrupta.
La convivencia interna será difícil de mantener sin ese molde que mantiene con forma y conviviendo a Nestora Salgado con Manuel Espino; a Paco Ignacio Taibo con Sergio Mayer o a Malú Micher, pro aborto, con los miembros del PES, presuntamente cristianos.
Además, Morena resentirá en el 2024 las facturas de sus malos gobiernos. Puebla, Morelos, Chiapas padecen los estragos de gobiernos incompetentes. Zacatecas y Michoacán viven al borde del reino del crimen. Hay decenas de municipios con gobiernos paralelos.
Por último, Morena no tiene, ni de lejos, un precandidato con el arrastre que tuvo López Obrador. Los candidatos importan.
Es posible, además, que confluyan crisis económica con nuevos brotes de violencia que desgasten aún más a la marca partido.
Con todo, Morena tendrá una penetración territorial muy relevante. Un presidente con una base sólida. Presupuestos que ejercen sin recato.
Más: como López Portillo, hasta hoy, juegan solos. Hoy ejecutan box de sombra. Nada ni nadie se interpone, por lo pronto, en su camino.
Salvo su arrogancia e infinitas limitaciones.
Y la historia enseña que en política nadie es invencible.
Nadie, nunca.
@fvazquezrig
Pd: les deseo felices fiestas navideñas. Nos leeremos en enero, si Dios nos presta vida.