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abril 8, 2025

DESAPARECIDOS

Fernando Vázquez Rigada

 

La crisis de desaparecidos nos golpea de frente como sociedad.

Por las avenidas del país se encuentran, aquí y allá, carteles buscando familiares. Personas que se han esfumado. Aquellos cuya vida se desvanece.

Hay más de 127 mil ausentes en la República, según los datos oficiales. La mitad de ellos registrados el sexenio pasado.

A ellos se suman los cientos de miles de ejecutados, particularmente del 2006 a la fecha, en un país ensangrentado, violento, en donde, como en la canción de José Alfredo, la vida no vale nada.

Pero el desaparecido, a diferencia del ejecutado, es un drama diferente.

Es un dolor que no termina. Una esperanza que no se apaga. Un luto que no puede aliviarse porque no llega.

“Un huesito, nada más” pide en llanto un padre desolado por la ausencia de su hijo a la secretaria de Gobernación, primera funcionaria de primer nivel en reunirse con colectivos de buscadores en siete años.

Eso, un huesito es lo que basta para cesar la búsqueda y poder llorar, y enojarse, y negar hasta aceptar la partida.

La Comisión Nacional de los Derechos Humanos, inexistente en los hechos, ha brillado por su ausencia. Su presunta directora ni una palabra ha dicho de esta epidemia: ella, cuyo hermano padeció la misma suerte décadas atrás.

Pero la ONU sí: intenta activar el mecanismo para que un comité investigue la epidemia de desapariciones que devora la existencia de decenas de miles de seres humanos.

El gobierno responde que no es una política de Estado. Quizá no, pero la indolencia del sexenio pasado inflamó la crisis y acaso la negligencia, en el mejor de los casos, deba también ser juzgada y condenada.

Las desapariciones no son estadísticas. Son personas que han dejado una huella y que en su momento tuvieron sueños, amigos, vecinos, familiares.

Esos que se organizan por todo el país para hundir un trozo de metal o de madera en la tierra para tratar de hallar restos a través del olor.

La crisis se visibilizó brutal tras el hallazgo del rancho de la muerte de Teuchitlán. Se trata, sin embargo, de un botón de una muestra siniestra. El país se ha convertido en una gigantesca fosa clandestina en donde yacen miles de esos que se han convertido en fantasmas.

Organizaciones civiles calculan unas 5,600 fosas clandestinas en toda la geografía nacional.

En las morgues del país hay, adicionalmente, 72 mil cuerpos sin identificar.

La normalización de este drama, la indiferencia, la apatía, es la respuesta de la sociedad a esta devastación.

México se ha deshumanizado.

Lo que fuimos, un pueblo solidario, afectivo, empático, ha dejado de existir.

Desapareció.

 

@fvazquezrig

 

 

P.D. Nos leemos después de la semana de Pascua.

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