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Desnudos

La recaptura del Chapo Guzmán viene a ser la primera noticia positiva para el país en el año. Es, también, una descarga a una de las mayores torpezas del sexenio.

Una que nos desnudó como país, como sociedad, y que lo sigue haciendo.

El gobierno despliega una campaña de comunicación para festinar la detención. Esta es, sin duda, una gran noticia para México. Para su imagen. Para su seguridad. Pero es el resultado de remediar una pifia grotesca. No hay que olvidarlo. Aún así, repone una detención que los dos sexenios anteriores no pudieron realizar pese a que, a ellos también, se les fugó.

La fuga y la detención nos muestran la fragilidad de un cuerpo estatal consumido por la corrupción. Nunca creí que hubiera funcionarios de primer nivel involucrados en la fuga. A algunos los conozco y a otros solo los he observado en su actuación. Sé algo: ninguno ganaba nada con la escapatoria. Al contrario.

Lo consternante, como dije en su momento en un artículo titulado «Lo que no sabemos que no sabemos», es que hay un conglomerado de poder internacional, de rango medio, con el suficiente poder para sacar a un hombre como Guzmán de la cárcel antes de su extradición. Un poder por el encima del poder. Poder real contra poder formal. Poder político, militar, financiero, de inteligencia que se extiende allende las fronteras y los mares. De escalofrío.

La reacción de las redes sociales no deja de revelar una consternante frivolidad. Los análisis simplones hablan de una cortina de humo. De juegos de espejos para diluir la gravedad de la situación económica. Malas noticias: el peso seguirá devaluándose. El petróleo no subirá. China seguirá empujando el nerviosismo mundial. Las reformas no encenderán con la captura. Negar la valía de una acción, aunque sea correctiva, me parece mezquino.

Si fue cortina de humo, fue bastante rascuache. La turbulencia económica regresará mañana, con toda su fuerza y su desmentido. Mientras tanto, es lamentable que se les niegue a los Marinos y a todos aquellos que arriesgaron su vida el mérito y el reconocimiento que como sociedad debería colmarlos. Hay mucha injusticia en la histeria de la red.

Desgarrarnos las vestiduras soberanas para que no extraditen al peor criminal de la historia de México es una forma de hacerle el juego. Seamos realistas: México está podrido en corrupción. Lleno de políticos sin rectitud ni profesionalismo. Muchas policías, lo vimos con horror en Ayotzinapa, son los brazos operativos de los cárteles. ¿Quién va a impedir la tercera fuga? ¿El Cuau? ¿Eruviel? ¿O lo metemos al campo militar número uno inaugurando aquí un nuevo Guantánamo? A Guzmán hay que expropiarle su riqueza y extraditarlo. No hay más.

El último cápitulo de la traginovela la estelarizó -¿quién más?- Kate del Castillo y Sean Penn. La primera, actriz mediocre pero apologista del narco, admiradora y posible amiga del Chapo. Era la encargada de realizar el proyecto cinematográfico de la vida de Guzmán, tendiente a limpiar su nombre. Mientras el país buscaba al prófugo y a diario morían docenas de personas por la guerra desatada por el Cártel, Del Castillo viajaba en los aviones del capo, contactaba guionistas, reclutaba otros actorcillos iguales a ella. ¿Con qué dinero se financiaría el proyecto? Penn resultó también bastante ingenuo. La profundidad de su entrevista riñe con el argumento de la Rosa de Guadalupe. Penn infiere, sagaz, que el ejército estaba protegiendo a Guzmán: los dejaban pasar como al Chapo por su casa. Lo cierto es que no eran productores de una pelicula: eran señuelos. Toda investigación en el mundo usa esas técnicas, por una razón: funcionan.

Ahora, ambos podrían, deberían, enfrentar cargos penales. Hay profesiones, como el derecho, el periodismo y el sacerdocio que están protegidos legalmente por privilegios legales con respecto a la información que reciben. cierto. Pero hay un problema: Penn no es abogado ni periodista. Del Castillo dista de ser monja o sacerdotisa, salvo televisiva. Sobre ambos pesa el encubrimiento y, posiblemente, la asociación delictiva.

Todo esto nos revela la fragilidad moral del país. La desconcertante frivolidad. El juicio ramplón. La tendencia fatal a ver cuestiones gravísimas con ligereza y hasta gracia.

Deberíamos dejar de reirnos: estamos desnudos.

@fvazquezrig

 

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