Por FERNANDO VÁZQUEZ RIGADA
Encarcelar a Javier Duarte pronto es una condición necesaria, no suficiente, para limpiar al país. Para lograrlo hay que acabar con el duartismo: con todo lo que representa la forma inmoral, ineficiente, nepota y arrogante de ejercer el poder.
Lo que revela el caso Veracruz es la absoluta inoperancia de las instituciones. Pero también las redes de corrupción que se extendieron desde el gobierno estatal a toda la sociedad y a todo el país.
Tenemos un estado inútil. Duarte cometió todo tipo de excesos y abusos al amparo del estado de impunidad. La responsabilidad de ausencia de controles federales recae en Vicente Fox, Felipe Calderón y Enrique Peña. Se pasa por alto, a menudo, que la descomposición de Veracruz se dio en los últimos doce años, 8 de los cuales gobernó el PAN en el ámbito federal. Hubo, en ese lapso, dos legislaturas del Senado y cuatro de la cámara de diputados. Nadie supo lo que ocurría en Veracruz, pese a que era del dominio público.
Pese a que durante años la Auditoría Superior de la Federación denunció los abusos en el presupuesto, no hubo institución que activara una intervención pronta y eficaz para frenar la hemorragia veracruzana.
Pero hay más.
Los excesos de Duarte fueron validados legalmente por el congreso estatal. Durante seis años, el congreso del estado, abyecto y servil, le aprobó todo. Nuevos impuestos. Deuda. Bursatilizaciones. Cuentas públicas. Duración del periodo de gobierno. Criminalización del aborto. Todo.
Se hizo bajo reformas constitucionales, que requirieron el voto de oposiciones en periodos legislativos diferentes, como ordena la constitución veracruzana. Era vox populi que las mayorías no se construían: se compraban.
Cuando los presupuestos se ejercían se hacían al amparo de empresarios que en muchas ocasiones se prestaron al cochupo, al préstamo de nombre, a facturar obras fantasma. Al inicio de la administración de Duarte, se tenían documentadas obras inexistentes por más de 10 mil millones de pesos. El entonces gobernador entrante se rehusó a actuar contra los constructores defraudadores. Otros se redujeron a las peores bajezas: pseudo líderes empresariales que vendieron medicinas obsoletas o inservibles, como ocurrió con medicamentos contra el cáncer.
Todo eso se supo en su momento. No es motivo de sorpresa: sí de vergüenza.
La información reciente de que la administración de Duarte gastó más de 8,727 millones de pesos en pagos a medios de comunicación revela otra faceta del tumor veracruzano.
Duarte destinó esa cantidad de recursos para comprar silencio en el mejor de los casos. Adulación o encubrimiento, en el peor. Esas cantidades (las dos televisoras nacionales recibieron más de 3 mil millones de pesos) descubren el ciclo perverso de la corrupción mediática: la dependencia al convenio. Bajo el amparo de convenios multimillonarios, los medios se acostumbraron a ser apéndices del gobierno. Nada como no preocuparse por la circulación o el rating si el ingreso está asegurado.
Cabe preguntarse, si solo un gobierno estatal pagó a televisoras nacionales esa cantidad de dinero, cuál es la verdadera magnitud de su ingreso por concepto de contratos oficiales a nivel nacional. Habría que acumular los pagos municipales. Los de los 32 estados. Los federales. Los del poder legislativo. Tenemos derecho a saberlo. Debemos saberlo. Son recursos públicos a cuyo destino debemos tener acceso.
El duartismo es un tumor que explica cómo los fundamentos democráticos se pudrieron bajo toneladas de dinero y suciedad. La democracia funciona bajo un complejo sistema de pesos y contrapesos. El congreso controla al poder. Los tribunales aplican la ley. Los medios escrutinan y denuncian. La sociedad civil organizada presiona y participa.
Todo eso se corrompió en Veracruz.
Pese a la publicidad del abuso. Pese a los asesinatos de periodistas. Pese a la colusión policial. Lo que prevaleció en Veracruz fue el silencio. Silencio oprobioso. Cobarde. Ominoso. Cuando se denunciaron hechos, solo se recibían felicitaciones privadas. Abrazos. Indignación de café que acababa cuando se pagaba la cuenta.
La peor faceta del duartismo fue esa: lograr llevar a estado de coma a una sociedad abusada una y otra vez.
La dudosa acción de la justicia federal se está centrando cada vez más en la figura del fallido ex gobernador. Pero ahí radica un truco de ilusionismo. Las redes de complicidad son inmensas. Liberar al país de su opresión resulta indispensable. No basta poner tras las rejas a Duarte. Hay que acabar con el duartismo. Con sus cómplices. Con sus encubridores.
Hay, sobre todo, que saber. Saber cómo llegamos hasta aquí. Qué tantas personas, organizaciones, instituciones están involucradas. Qué tan profundamente se pervirtió la vida pública y social.
Cuántos estados están igual. Qué ocurrió en Tamaulipas, en Nuevo León, en Sonora, en Tabasco, en Guerrero, en Michoacán, en Oaxaca, en Quintana Roo. Qué pasa en Chiapas, en Coahuila.
Qué extensión tiene en todo el país la enfermedad que llamamos duartismo.
Y qué vamos a hacer para erradicarla para siempre.
@fvazquezrig