20/01/2008
Los cambios en el gabinete calderonista eran inaplazables. Los proyectos, en la vida, deben tener una característica central: poseer un tren de aterrizaje. De otra forma, sólo son planes: planean en el aire, flotan, se alejan de la realidad terrena. En suma: los proyectos que no se convierten en programas son sólo ilusiones, buenas intenciones, slogans carentes de contenido.
Como ya habíamos comentado en este mismo espacio, los responsables de aterrizar las políticas públicas, los secretarios de despacho, habían empequeñecido a lo largo de los meses. El presidente, de pronto, se antojaba solo, plano, previsible.
En el ámbito político, la República está dominada por dos tipos de conflictos. Los que no se resuelven y los que se resuelven solos. La prioridad de la agenda política, en cualquier democracia desarrollada, hubiera sido la legitimación y la concordia de la nación. La primera se logró gracias a las enormes debilidades del antecesor del presidente. Crecer a partir del vacío no es asunto complejo. Sí lo es tener la imaginación, la creatividad, la estrategia y la capacidad de operación para tender puentes con las oposiciones más radicales.
El asunto más relevante en materia política, la Reforma del Estado, que ha generado ya una reforma electoral, le fue arrebatada por primera vez al ejecutivo en un golpe de mano de la bancada del PRI en el senado. Las duras discusiones en torno a un tema central, la relación dinero y elecciones, se distinguió por la ausencia de un posicionamiento del Gobierno Federal, como si le fuera un tema ajeno o menor para la salud pública del país.
La violencia desmedida que generó la embestida contra el hampa, la torpe comunicación de etiquetar a ese esfuerzo como una guerra, la incapacidad de prevenir los ataques del EPR, el absoluto rompimiento de diálogo con las izquierdas y el crecimiento de los poderes locales, todos, son yerros que se acumularon contra la cuenta del secretario de gobernación, cuya fama de dureza sirvió para bien poco al momento de enfrentar al crimen organizado o disciplinar a Vicente Fox.
Por otro lado, la política social se antojaba hueca. Es una pena, pero la información disponible revela que el gran señalamiento de Los Pinos contra Beatriz Zavala no ha sido la falta de efectividad para cerrar la brecha de la desigualdad, sino la ausencia de resultados para influir, a través de los programas sociales, en los resultados electorales locales. Oportunidades fue barrido, literalmente, por la operación de los gobernadores en Veracruz, Puebla, Oaxaca y Tamaulipas y no logró sostener al PAN en Yucatán y Aguascalientes, dos plazas fuertes de la derecha. En suma: Zavala se va por la pobreza de su operación política y no por la falta de operación para reducir la pobreza.
Los cambios son, aún, insuficientes. Faltan los ajustes en dos áreas clave: la Secretaría de Agricultura y la Secretaría de Educación Pública. Ambos secretarios, por lo pronto, se sostienen por considerandos políticos. Despedir a Alberto Cárdenas, en este momento, rompería los equilibrios de poder con el panismo jalisciense, que en buena medida, junto con Guanajuato, le dio la victoria al presidente Calderón. Cesar por su ineptitud a Josefina Vázquez Mota, sería terminar de entregarse a Elba Esther Gordillo. Mientras tanto, la estabilidad en el campo y la educación de la niñez mexicana pueden esperar a que lleguen mejores tiempos.
Ante la mediocridad evidente del gabinete, el presidente tenía dos posibilidades. Renovar para reafirmar el camino que ha seguido en su primer año, o dar un golpe de timón y convertirse en el conductor de un cambio sustantivo, de gran calado, para la República.
Optó por el primero. Tras hacerse del control de su partido, elemento indispensable para incrementar su base de poder, pavimentar el tránsito futuro de su proyecto y preparar la elección intermedia, el presidente jugó a la antigua. Movió a sus hombres más cercanos para consolidar el control del rumbo que, a su juicio, el país ha tomado.
El mensaje que se registra es que el proyecto inicial de generar un gran espacio de diálogo desde el gobierno –gabinete de unidad, le había denominado- o rebasar a la izquierda por la izquierda, está olvidado. No habrá ningún cambio sustantivo en la trayectoria del actual gobierno.
La agenda que colmará el espacio público será con la misma receta que ya conocemos: continuar con la confrontación al crimen, apretar a los espacios independientes de información, impulsar las reformas estructurales para desmantelar el blindaje social de áreas estratégicas para el país. Esa agenda se impulsará con los duros del calderonismo, con la gente de confianza del presidente.
Por lo mismo, lo que depara en el futuro es una mayor polarización: política, social y económica.
El segundo gobierno panista ha elegido afianzar su estructura de poder, que se basa en el aparato burocrático del partido, su alianza con el gran capital, la iglesia católica, las grandes corporaciones mediáticas y el SNTE. En este tablero, buscará mantener una relación funcional con el PRI, que le permita sacar algunas reformas este año.
La otra vía era más audaz y más creativa. Se trataba de incorporar figuras que lograran impulsar cambios sustantivos y que encarnaran la posibilidad de catalizar un diálogo nacional a favor de pactar un gran proyecto de país.
En su más reciente libro, Nicolás Sarkozy, el líder de derecha francés que está reformándolo todo, reflexiona que decidió incorporar a su gabinete a personajes ajenos a su partido, convenciéndolos de que poseía un proyecto para construir una nueva Francia y que, en ese sentido, necesitaba a los mejores talentos para llevar a buen puerto sus esfuerzos. El proyecto estaba, entonces, por encima de su partido y de los partidos. Sarkozy enfatiza la fuerza de su convicción al recordar que este esfuerzo no era necesario: contaba con los votos suficientes en el congreso para pasar, por sí mismo, sus reformas. No lo hizo, porque, con gran talento, entendió que la aritmética política es más compleja que la matemática.
En contraste, Felipe Calderón convocó a cerrar filas y apostó por el talento y las posibilidades de su equipo más cercano. El presidente no está jugando ajedrez, sino dominó. Ya hizo la sopa y ahora cuenta con sus fichas de mayor confianza para convertirse, finalmente, en líder de la nación