Fernando Vázquez Rigada
Andrés Manuel López Obrador suele decir que un servidor público cubre dos perfiles: el cargo y el encargo.
Con esto refiere su vocación a violar la ley. Los funcionarios públicos sólo pueden hacer lo que les está expresamente permitido. Hacer más que eso es ilegal.
Así, López Obrador ha ejercido una presidencia vertical, centralista, autoritaria y que socava a sus contrapesos.
Su encargo ha sido restaurar el viejo sistema de partido hegemónico, cercenando la democracia y asfixiando a la libertad.
Para muestra dos botones: no invitar a los Poderes de la Unión a una ceremonia que debía ser republicana (el Grito) pero sí convocar a los ejércitos de Rusia, Nicaragua y Cuba al desfile del día siguiente.
El presidente nominó a Claudia Sheinbaum para continuar con ese encargo: la demolición de la libertad.
Expresamente, refirió que no cometería el error de Cárdenas: dejar en la presidencia a un moderado. Entendemos que cederá el cargo a Sheinbaum con el encargo de radicalizarse más.
La nominada morenista tiene definiciones inmediatas que tomar. Si sigue el camino de una radicalización mayor, pondrá en riesgo su ventaja actual que es relevante pero no definitiva. Faltan más de 9 meses para la elección. 9 meses es mucho tiempo y ahí pasarán muchas cosas.
Si se radicaliza, por lo pronto, fracturará a su partido. Veremos cómo actúa.
Sheinbaum debe leer con cuidado los estudios: López Obrador tiene popularidad, no aprobación. Me explico: La gente aprueba a su persona, pero reprueba a su gobierno: cree que la corrupción se mantiene o ha crecido y que la seguridad, la salud y la economía están igual o peor que antes.
Ella no es López Obrador. No tiene su carisma ni su conexión emocional con sus seguidores. No tiene comprado el voto integral de Morena y eso lo revelan los estudios serios. La marca es más fuerte que el personaje.
Además, aprobación no es voto y López Obrador no está en la boleta.
Morena tiene alrededor de 10 puntos menos que la aprobación de López y Sheinbaum más o menos 7 puntos menos que Morena.
La elección dista de estar definida y el planteamiento estratégico será central para resolverla.
Una radicalización mayor sería desastrosa para el país. La violencia nos ahoga en sangre. El sistema de salud está desfondado. La infraestructura envejece por falta de mantenimiento. El gasto público disparatado ya demandó deuda y déficit. Pemex es una bomba de tiempo. La corrupción es un elefante en la sala del morenismo.
Sheinbaum siempre fue la defensora a ultranza y radical de los excesos de López Obrador. Ahora deberá deslindarse y esperar a que le creamos.
Deberá mostrar credenciales de las que carece: su legado en la Ciudad de México será el colapso de la línea 12.
El primer veredicto sobre su gestión ya se dio: perdió brutalmente el plebiscito de su elección intermedia.
El agandalle que hizo de la fiscalía y el acoso a opositores no es un buen signo.
Su precampaña mostró una candidata insípida y necesitada de arropamiento continuo.
Por eso, Claudia Sheinbaum debe reinventarse y tomar distancia de lo que apoyó. Deberá abrazar la política laboral y social del oficialismo, su discurso en favor de los pobres, pero poco más que eso.
Si quiere ganar a la buena, la ungida tendrá que definirnos para qué quiere el cargo.
Si su encargo es terminar la obra de destrucción de su mentor descubrirá —descubriremos— una lamentable realidad: correrá el riesgo de quedarse sin cargo, sin encargo, y, si gana, sin país.
@fvazquezrig