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EL PAÍS DE GODOT

El Coronel espera. Peleó la guerra de mil días. Sabe que su pobreza sólo puede ser remediada por el reconocimiento a su mérito. La esperanza lo mueve a esperar una carta que no llegará, anunciando su salvación. García Márques retrata el huracán de anhelo que nos lleva a repetir, una y otra vez, nuestra desdicha.

Antes que él, en las fronteras mismas del absurdo, Beckett escribe la obra emblemática del género. Dos vagabundos esperan a la sombra de un árbol a la espera de un salvador de nombre preciso: Godot. Si llega, se salvarán. ¿De qué? De todo. De nada. ¿Existe Godot? Nadie lo sabe. Pero llegará. Hay que esperarlo. Día tras día.

México sigue a la búsqueda de un milagro. Crecimiento. Desarrollo. Honestidad. Verdad.

Paul Krugmann, premio nobel de economía, lo ha advertido: basta de esperar el milagro. Reformas van. Reformas vienen. Sólo han tenido un resultado: la decepción.

Llego la alternancia y se fue. Volvieron los de antes, a lo de antes, diría Spota.

El milagro mexicano no llegará. No llegó en la primera década de los noventa y no llegará ahora. Entonces se firmó el TLC, se adelgazó al estado, se privatizó la industria pública. Creció la economía, pero no bajó la pobreza. Al contrario: cuando llegó el quiebre en el error (horror en realidad) de diciembre, la miseria se disparó a más de seis de cada diez mexicanos.

Ahora se ha reformado mucho, pero el impulso se ahogó en la pestilencia de la corrupción, la frivolidad, el abuso, la inmoralidad.

La historia, circular como Herodoto, vuelve una y otra vez. En el despilfarro faraónico de Luis Echeverría. En la frivolidad de la esposa de José López Portillo. En su defensa fallida de las casas que le regaló Carlos Hank. En la autoridad criminal de José Antonio Zorrilla. En la soberbia tecnocrática y corrupta del salinato. En la incultura del foxismo.

El momento mexicano fue sólo un suspiro. No habrá reforma exitosa sin código de ética. Ni inversiones sin ley. Ni democracia sin sanciones ejemplares a los partidos que han decidido violar la ley sistemáticamente con el cinismo absoluto que garantiza la impunidad.

Hay con todo, un signo alentador. Hay una minoría que no está dispuesta a seguir tolerando el abuso, la grosería, la arbitrariedad y la arrogancia. Esa minoría se ha unido en torno a un puñado de periodistas honestos, se ha autoorganizado, viraliza sus demandas en redes sociales.

El signo del cambio mexicano siempre ha sido de la perfiferia al centro. Reyes Heroles abrió el sistema por la fractura que generó 1968 y derivó en guerrilla urbana y rural. Miguel de la Madrid abrió más espacios a la oposición tras los abusos de elecciones locales. Salinas cedió ante la irrupción del EZLN y del asesinato de Colosio. Zedillo tuvo que reconocer la inequidad de la elección que le dió la presidencia y fundó el IFE autónomo. Hoy, varios funcionarios han debido irse por presión social.

En junio veremos quién triunfa. Si la minoría activa o la mayoría activa que puede preferir más despensas, apatía y pasividad.

De ser así, de registrarse un triunfo más de los peores, deberemos resignarnos a postrarnos a la sombra de un árbol a esperar que alguien llegue a salvarnos.

Al final de su obra, Beckett hace decidir a sus dos personajes: Se ahorcarán. Colgarán al día siguiente de las ramas del sauce que les ha cobijado día con día. Morirán. Sólo algo puede salvarlos, acuerdan: que llegue Godot.

@fvazquezrig

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