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EL QUIEBRE

Fernando Vázquez Rigada

 

Los múltiples frentes abiertos por el presidente, la carencia de resultados, la soberbia y el desencanto devoran a la presidencia.

 

Este año es el año del quiebre.

 

Llegó el desinfle. López Obrador ha perdido en un mes más de 8 puntos de aprobación: una verdadera sangría.

 

Su aprobación ha caído en todo el país, con la excepción de Michoacán. En algunos estados, la caída es de dos dígitos. Las bajas más severas se registran en estados gobernados por Morena: Zacatecas, Sinaloa, Sonora y Guerrero.

 

De los 5 grandes padrones, en el Estado de México perdió 2.5 puntos, 10 en la Ciudad de México, 5 en Veracruz, 8.4 en Jalisco y 11 en Guanajuato. (México Elige)

 

El año ha sido el resumen de un gobierno desastroso: la economía detenida, destrucción de empleo, inflación de dos dígitos en alimentos, que vacía los bolsillos, las mesas y los estómagos de la gente.

 

Siguió el golpe frontal de la tercera ola de Covid, con la variante Omicrón, que ha contagiado a millones de familias. Más de 7 mil personas han muerto de esta “gripita” en 6 semanas.

 

La violencia no tiene fin: evidenciado el rostro temible de un pacto con el crimen organizado.

 

Cada semana de este año se ha ejecutado a un periodista.

 

Los gobernadores de Morena compiten por el premio a la ignorancia, a la ineficiencia y, en algunos casos, por la estupidez.

 

La encuesta mensual del Financiero reportaba el desencanto: 58% de los mexicanos reprobaban el desempeño en seguridad pública; 48 reprobaban el manejo de la economía (10 puntos más que en enero) y 45% reprobaban el combate a la corrupción.

 

Sobre esa arena movediza se sostenía el gobierno, sostenido por la popularidad del presidente y por su presunto blindaje de honestidad.

 

La encuesta del Financiero se levantó antes del escándalo de la mansión de Houston de José Ramón López Beltrán.

 

Eso se acabó.

 

La revelación del influyentismo, el cochupo y la ostentación en la familia presidencial fue atendido de la peor manera.

 

López Obrador, tan afecto a la historia, ha olvidado que la soberbia, en política, mata.

 

La presidencia de López Obrador morirá por su propia mano. La mansión en Houston que ostentaba su hijo y su esposa, y que visitó su hijo menor, Jesús Ernesto, revela un estilo de vida que el presidente ha repudiado. Usaban una mansión de un contratista cuya empresa ha recibido de PEMEX 20 mil millones de pesos. El hijo presidencial no ha demostrado que efectivamente rentaba la casa.

 

Condenar los hechos y ordenar una investigación era la forma de salir rápido del tema.

 

López Obrador no lo hizo por arrogancia y prefirió darse un tiro en la sien.

 

Fuera de sí, ha atacado sistemáticamente a periodistas. Mandó al inepto director de Pemex a mentir sobre los contratos de Baker Hughes. Generó crisis diplomáticas con Panamá y España y abusó de su poder para tratar de destruir a un ciudadano.

 

El presidente demostró en dos semanas que no es lo honesto que pregonaba: es capaz de hacerse de la vista gorda mientras sus hijos trafican su influencia. Su círculo íntimo apesta. Son ocupados por los Bartlett, las Irma Eréndira, las Delfinas, los Píos.

 

Demasiados lobos acompañando a un cordero. Uno es lo que le rodea.

 

El blindaje voló. Tras el escándalo, 54% de los mexicanos piensan que López Obrador es corrupto: diez puntos más que el mes anterior. Para él no es una mala noticia: es fatal. Todo su liderazgo se basaba en ser un cruzado contra la corrupción.

 

El ataque desmedido a Loret, media hora entera en la mañanera, demuestra su ira, su resentimiento, su rencor. También su enorme desprecio por la ley, por la libertad y por la democracia.

 

Pero también su impotencia. Es el prestidigitador que ha perdido la magia.

 

Esa acción acelerará su caída.

 

El presidente eligió consumir su presidencia en las dos agónicas semanas en las que ha sido incapaz de decir a la nación de qué vive su hijo, demostrar la legalidad de la renta de la fastuosa mansión, transparentar los ingresos de los suyos. Castigar a quienes lucraron con PEMEX.

 

López Obrador está herido, pero no muerto. Vendrán días aún más lamentables para la convivencia pública antes de que se vayan.

 

Porque se irán.

 

@fvazquezrig

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