Por Fernando Vázquez Rigada
Los países quiebran cuando son incapaces de resolver sus contradicciones internas.
México está dando de sí porque durante años no sólo no se han corregido esas contradicciones: se han exacerbado.
Hay una franja de ingobernabilidad, de tensión social, de secuestro de la convivencia que se extiende por el sureste de México. La falla sísmica va de Michoacán (donde no hay poderes), pasa por el sur del Estado de México, Guerrero, Morelos al norte, Oaxaca al este y roza el sur de Veracruz.
El sur de Jalisco sigue siendo un foco amarillo adicional.
El país se quiebra por la mitad porque todos los indicadores, desde hace años, hablan de un país dividido en los hechos por dos realidades. El sur empobrecido y el norte próspero.
Hay una segunda razón: Vicente Fox conquistó la alternancia pero nunca la convirtió en transición. México tuvo un cambio de partido, pero no un cambio de poder. Terminar con el presidencialismo no terminaba con el autoritarismo. Así, se creó un país que funciona a dos velocidades: uno en lo federal, y otro en lo local.
Tercera contradicción: los estados que más crecen están al norte. El mayor rezago, al sur. Campeche, Veracruz, Oaxaca y Guerrero están por debajo del crecimiento nacional.
Si los indicadores sociales, económicos y políticos hablan de un rezago avasallante, eso ni es nuevo ni es sorpresivo. La distancia del sureste viene de lejos. Chiapas estalló hace 20 años. Las causas profundas eran indígenas pero no sólo indígenas. Era la desigualdad. El abuso. La arbitrariedad. El olvido. Pero tampoco puede ser sorpresivo. Desde el sexenio de Carlos Salinas se privilegió el desarrollo de infraestructura del centro a la frontera norte para insertarnos en el TLC. El sur sería el proveedor de materia prima hacia el norte, que se industrializaría.
El patrón del desencanto se dibujó con absoluta claridad en dos ocasiones. El sur votó en 2006 masivamente en favor de Andrés Manuel López Obrador; el norte, por Felipe Calderón. Una mitad de México quería tener algo. La otra no quería perder lo poco que tenía. El mapa se repitió seis años después.
La lista de cicatrices del sureste mueve al escalofrío. Chenaló. Aguas Blancas. Llano de la Víbora. La Bestia. La gran Familia. La CNTE. La ley Bala. Tlataya. Una narrativa de horror que no tiene fin.
El presidente erró en su diseño de salida. Privilegió la reforma económica y eso ha sido un éxito. Pero descuidó la modernización de la maquinaria política. De las instituciones. De la rendición de cuentas. De la división efectiva de poderes en todo el país. Del fortalecimiento de los medios para hacerlos democráticos y ampliar la libertad de expresión, el escrutinio público. De ampliar la transparencia. De abolir el cuatismo. De dar densidad a la organización social. De promover un cambio cultural desde una nueva escuela.
Hoy, la ausencia de estrategia en lo político amenaza con hacer reventar al país.
Ojalá aún podamos evitarlo.