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GOMEZ MONT

14/02/2010

Fernando Gómez Mont ha visto cómo se esfuma su capital político a lo largo de los últimos días. Para todos los efectos prácticos, el Secretario de Gobernación ha dejado de serlo, aunque su cargo lo siga ostentando. Su llegada a Bucareli fue una apuesta arriesgada del Presidente. Movido por su afecto, Calderón hizo a un lado la ponderación de los valores políticos del sucesor de un amigo entrañable, para dar mayor peso a la lealtad y a la amistad. Lo hizo en un momento sumamente delicado, cuando el Gabinete comenzaba a desdibujarse, la crisis de seguridad se salía de control y el derrumbe económico comenzaba a perfilarse.

Sin experiencia política, con la excepción de haber sido Diputado Federal en una Legislatura, a Gómez Mont le fue entregada la cartera política más delicada, la de todas las confianzas, la que habían ocupado hombres como Jesús Reyes Heroles, Fernando Gutiérrez Barrios, Gustavo Díaz Ordaz o Adolfo Ruíz Cortines. De ese tamaño.

Por ello, la vida política del abogado panista fue bien corta.

Su renuncia al PAN implica mensajes de forma y fondo.

Forma. Enrarece (más) el viaje Presidencial a Juárez, demerita el anuncio de festejos del bicentenario y la presenta bajo un lenguaje que se traduce en ruptura.

La presenta la víspera del viaje Presidencial a Juárez: uno de los puntos más delicados del país y en uno de los momentos más críticos del sexenio. La visita previa del Secretario de Gobernación resultó, en principio, adecuada pero después fracasó por el pecado capital de este gobierno: soberbia. Tras reunirse con los padres de los jóvenes masacrados, Gómez Mont parece mostrar ya no oficio y sensibilidad, sino simple humanidad y pedir una disculpa por el descrédito ruin de las víctimas. Falla al decir, sin embargo, que el gobierno “afinó” su información sobre los muchachos: el Secretario de Gobernación primero calumnia, difama, infama y luego averigua. Pero al día siguiente, él aclara que no ofreció una disculpa (para eso es el Ministro del interior), sino que simplemente “puntualizó” los dichos fallidos del Presidente.

Además, la renuncia la envía el día en que el Primer Mandatario había pretendido conmover a la nación con un anuncio de oropel: presentó su programa de fastos para festejar el bicentenario. Gómez Mont mató el anuncio y el gozo se fue al pozo.

El texto lacónico que presentó al Comité Ejecutivo de su partido abrió el espacio para la especulación. Se refiere al líder de su partido como “don”, algo impropio por la edad de César Nava pero también por tratarse, en teoría, de un camarada de partido. Con esa palabra, Gómez Mont marca su ruptura pública.

Más importante es el fondo.

El Secretario se va de su partido porque éste no le respalda. Empeñó su palabra para obtener los votos priístas en favor de la Reforma Fiscal de Calderón pero a cambio de no ir adelante con alianzas este año. Un pacto de esa magnitud tuvo, necesariamente, que contar con el aval del Presidente de la República.

Pero no. Ni Nava ni Calderón honraron su palabra. Gómez Mont, sí. Por eso se fue. Pero irse del PAN no le fortalece en Gobernación: le debilita. Hay un Ministro políticamente moribundo y desamparado.

Gómez Mont ya no es un interlocutor válido porque carece de fuerza y de credibilidad para serlo. No puede comprometer nada, salvo su palabra que honra pero que no acciona decisiones ejecutivas. En el tema de las alianzas, los últimos días se significaron por una pugna en el primer círculo por convencer al Presidente de que las reformas por venir a favor del país eran tema superior a intentar ganar algunas Gubernaturas al PRI. Ganó el cortoplacismo y el pragmatismo de Nava. El Presidente escuchó al jefe de su partido y no a su coordinador de Gabinete.

Gómez Mont jugó su última carta en el seno de su partido. Ante el Consejo Político, expuso su tesis en el afán de dinamitar los acuerdos desde dentro. Sólo obtuvo un voto: radiografía cruel de su peso específico dentro del PAN.

Así las cosas, el Secretario debe irse. Si el PAN intenta prolongar su amasiato con las izquierdas más allá de lo meramente electoral (lo que parece muy improbable) el Secretario no sirve por haberse opuesto a eso que calificó de lo más cercano a un fraude electoral. Para el PRI, el Secretario es un hombre agradable para platicar pero poco confiable para cumplir sus acuerdos. Para los Gobernadores, queda claro que el Secretario no cuenta con los talentos ni la templanza para restituir confianza en un Gabinete empequeñecido. En la mente del (aún) inquilino del Palacio de Covián, ejercer con firmeza el poder es convertirse en un porro que no escatima escrúpulos para judicializar la política. Eso lo saben lo mismo en Coahuila que en Durango, en Sonora que en Michoacán.

Hay un Secretario de Gobernación que tiene palabra, aunque no valga nada. Lástima: eso lo hace inviable para continuar en el cargo

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