Fernando Vázquez Rigada
Como una ola que crece con gran fuerza, lenta e imponente, se avizora un futuro de dolor y sufrimiento para millones de seres humanos.
El hambre viene.
La pandemia, la guerra entre Rusia y Ucrania, el cambio climático, impactan de frente a la producción de alimentos.
Los shocks económicos y sociales de la pandemia han sido mayúsculos.
Primero, la destrucción de empleo no tuvo antecedentes desde la gran depresión de 1929. Segundo, el confinamiento rompió las cadenas de producción y suministro. Tercero, los estímulos a la economía en las grandes potencias, combinadas con las restricciones en la producción, generaron una espiral inflacionaria. Resultado: las dos principales economías del mundo: Estados Unidos y China (combinadas suman alrededor del 40% del PIB mundial) se están desacelerando y es posible que la primera caiga en recesión.
El cambio climático hizo que China registrara su peor cosecha desde la gran hambruna de 1959, y la sequía que la India y otros países redujeran su producción.
A estos factores se suman otros vientos. Rusia y Ucrania suministran cerca del 30% del todo el trigo y la cebada que consume el mundo, el 75% del aceite de girasol y el 20% del maíz. Una buena porción del granero del mundo está en llamas.
Ese conflicto disparó, además, los precios de los energéticos. Los fertilizantes subieron de precio 50% en los últimos meses. El petróleo, dos tercios.
Por todo esto, hacer producir al campo y transportar los productos de un punto a otro del mundo se ha vuelto muy costoso.
Resultado: de acuerdo a la ONU, los precios de los alimentos han subido en 30%.
Los efectos humanos de este huracán son terribles. La FAO estima que las personas viviendo en inseguridad alimentaria grave pasaron de 135 millones a 276 millones. Inseguridad alimentaria grave significa en español que son personas que no tienen qué comer.
Quienes no están seguros de poder adquirir alimentos se dispararon de 440 millones a 1,600 millones. Un desastre humanitario.
El golpe del hambre se resentirá, por supuesto, también en México. Existían antes de esta crisis 10.8 millones de mexicanos que sobrevivían en pobreza extrema. Había 28 millones que tenían carencia alimentaria.
Las políticas de abandono al campo del gobierno actual hicieron que el 2020 se importara la mayor cantidad de granos de la historia. Esta dependencia presionará al alza los precios de la tortilla, el pan, el aceite, pero también del pollo y la carne. La balanza comercial energética fue el año pasado deficitaria en casi 25 mil millones de dólares. Importamos gas, gasolinas, fertilizantes, petroquímicos.
Más que sabotear cumbres, deberíamos ya estar pensando en soluciones globales a este reto económico, sí, pero sobre todo moral, de la humanidad.
Más que hacer pactos para no subir precios deberíamos replantear nuestros modelos de producción y las alianzas comerciales.
Más que proteger criminales tendríamos que proteger a los, esos sí, buenos mexicanos que sufren por no tener qué comer.
Literal.
@fvazquezrig