Fernando Vázquez Rigada
Lo que ocurrió en Chile en su última elección presidencial ofrece varias lecciones al mundo.
La llegada de Gabriel Boric al poder es altamente simbólica.
La primera característica de su triunfo es que se trata de un grupo de jóvenes políticos. Hace una década se propusieron tomar el poder por asalto.
Giorgo Jackson, Camila Vallejo, Karol Cariola y el propio Gabriel Boric generaron un vasto y profundo movimiento en favor de la educación superior gratuita en Chile.
La segunda: no protestaban: proponían. Esa fue la diferencia seminal con sus antecesores globales: Indignados y Ocupa Wall Street. No querían sólo sacudir. Querían construir.
Generar una agenda, articularla con poderosos canales de difusión y aterrizarlos en una organización territorial fue central en su éxito.
No fueron una masa informe: tenían concepto, mensaje, organización y liderazgo.
Tercera característica: no quedaron como movimiento periférico: se lanzaron a la política y entraron al congreso. Para cambiar un sistema hay que conocerlo, procesarlo, reflexionarlo y reformarlo. Los movimientos que no incluyen una instancia de organización y una agenda programática, terminan en meras llamaradas de petate.
Cuarta: no fueron cooptados por los partidos tradicionales: fundaron su propio vehículo de participación político electoral.
La lección central es que jóvenes con inteligencia y no necesariamente sólo con estridencia, son capaces de hacerse con el poder. Ya veremos para qué lo usan. Pero el hecho de haber arrollado —literal— a un pro pinochetista es un logro indiscutible.
La presentación del gabinete, de entrada, combina jóvenes idealistas —de menos de 40 años— con cuadros ya cuajados. Hay más mujeres que hombres. El discurso de arranque ha sido de moderación.
En México eso no ha ocurrido. El 68 fue el movimiento juvenil más potente de la historia. Tras su degollamiento, esa juventud se volvió una diáspora. Algunos se desmovilizaron. Otros tomaron las armas. Otras más fundaron partidos de izquierda. Muchos fueron cooptados por el sistema.
A partir de ahí, los esporádicos movimientos no han pasado de ser chispazos digitales, coyunturas efímeras sin capacidad organizativa. Muchos de los líderes del CEU están hoy en el gobierno o en el ostracismo. El momento estelar de Carlos Imaz fue llenar las bolsas de bolillo con dinero de Carlos Ahumada y divorciarse de Claudia Sheinbaum (craso error de visión, ¿o no?)
De los jóvenes priistas ya ni hablamos. Están más quemados que cohetes el 25 de diciembre. Los Duarte, Borges, Sandovales, Medinas, llenan los reclusorios del país.
Los del movimiento Soy 132 se perdieron y hoy son tersos voceros de un liderazgo mesiánico. Su estrella es Antonio Atollini. ¿Hace falta agregar algo? Pues sí: su imparcialidad y criterio crítico es un mal chiste que se cuenta solo.
Los otros integrantes jóvenes del movimiento de López Obrador, como Gibrán Ramírez, resultaron frescos como priistas de los cincuentas: más zalameros y con la sangre más pesada que una moronga frita. La máxima representante de los jóvenes en el gabinete, María Luisa Alcalde, ha sido una linda maceta en el pasillo negro de la historia que ha sido este sexenio.
La juventud mexicana adolece de apatía. Ha sido incapaz de articularse en una oferta fresca, real y posible de cambio profundo para el país.
No surgió nada de la agonía final del PRI, cuando, de Chiapas a Lomas Taurinas, del error de diciembre a La Paca, el país se desmoronaba. Nada ocurrió ante la frivolidad de Fox, la tragedia de las muertas de Juárez o la corrupción peñista. El drama de los 43 de Ayotzinapa inflamó la indignación, pero no cuajó en un movimiento juvenil que pusiera sobre la mesa nuevos liderazgos.
La juventud mexicana está hecha pedazos. Atacada la educación superior. Sin empleo. Sin acceso a la salud. Malamente preparada. Peor: está embotada. Nada de eso parece ser suficiente para tomar las calles, los medios.
El activismo se agota en un tuit y hasta que llega la hora del antro.
El presidente Boric tiene 35 años. En México hay más de 72 millones de personas de esa edad o menos.
36 millones son mujeres. Es, justamente, el otro segmento que ha sido vapuleado por el gobierno de Morena. Despreciadas, minimizadas, atacadas en cada uno de sus programas, las mujeres se mantienen en contra, pero sin capacidad de echar raíces fuera del sistema tradicional.
Un dato: las y los jóvenes, beneficiarios de miles de millones de pesos en becas y regalos, no votaron mayoritariamente por Morena en la pasada elección.
El dinero no basta si, a esa generación, se le amputa el futuro productivo.
Votaron en contra, pero su inconformidad no puede agotarse ahí.
En lugar de sembrar el futuro, los jóvenes mexicanos, como en Chile, deberían ponerse a gobernar el presente.
Ya.
@fvazquezrig