Fernando Vázquez Rigada
El dios del tiempo, Saturno —cuenta la mitología griega—, devora a cada uno de sus hijos para impedir que le destronen.
La revolución que triunfó en Cuba en 1959 hizo despertar sueños y abrir de par en par el reino de utopía.
Pero no. El sueño se convirtió en pesadilla y la utopía, en cárcel. Muros de agua, diría Revueltas, aprisionan a millones y disuelven su esperanza.
Porque la revolución de la Sierra Maestra, transmuta pronto -como la francesa, la rusa, la mexicana, como todas- en terror.
El paso del tiempo hace trizas los logros que tuvo y que, poco a poco, son consumidos por el rostro feroz de una dictadura. Una que tiene apellido: Castro. Fidel estuvo en el poder absoluto 47 años. Raúl, el hermano menor, otros 12.
Los 62 años de dictadura han derivado en represión, hambre, enfermedad, escasez sin fin.
Por eso estallan manifestaciones en todo el país. Así: sorpresiva, simultáneamente. Demandan —valga el horror— comida, medicinas, transporte, luz.
Libertad.
Recuerdan la prédica de los humildes de Francia en 1789: el tercer estado lo es todo; no es nada, y quiere ser algo.
A esa protesta legítima el gobierno responde con toletes, con detenciones, con redadas, con un apagón digital. Hay al menos 187 desaparecidos. Millares más de encarcelados. Responde la autollamada revolución con un discurso viejo y gastado: la contrarrevolución quiere llevarse los huesos de la gente: lo último que les queda.
Acarrea a miles el sábado a un mitin que desafía la gravedad de la pandemia, sacando de su retiro a Raúl —que demuestra al mismo tiempo la dureza y la debilidad del régimen—para respaldar a la revolución.
¿Revolución? La que se gesta en los barrios.
Es muy posible que nada más ocurra. ¿Cómo podría ser distinto? Los Castro implantaron un régimen que premia la deslealtad: que los vecinos denuncien a sus vecinos. Los hijos a los padres. Los esposos a sus mujeres.
Postear contra el régimen conduce a la mazmorra. Criticar es traición. Expresarte, condena.
La revolución murió hace mucho. Devorada por sí misma.
Murió cuando no hubo espacio para nadie más que los Castro. Por eso mandaron a Matos a podrirse en la cárcel. Hicieron de Camilo un mártir desaparecido. Abandonaron al Che. Fusilaron a Ochoa y a de La Guardia. Dejaron morir de hambre a Orlando Zapata. Esfumaron a Lage, Aldana, a Robaina, a Pérez Roque.
Cada generación nueva fue borrada por la mano represora del aparato de seguridad. Las capitales son siempre el reflejo de sus gobiernos. Por eso hoy La Habana luce decrépita, olvidada, derruida.
La revolución que una vez dio salud a la gente se las arrebató. Nacionalizó el aparato productivo para después repartir hambre. Erradicó la prostitución para luego orillar a sus hijas a ser jineteras por unos Ray Ban. Educó a la gente para al final prohibirles pensar, expresarse, manifestarse.
La revolución es Saturno. Devoró sus sueños. Sus logros. Sus hijos.
Pronto, no tendrá ya nada que engullir. Salvo a sí misma.
@fvazquezrig