Fernando Vázquez Rigada.
Los gobiernos tienen la obligación de generar atmósferas para que se desarrolle de manera armónica el interés público. Se trata de una función central, que facilita o entorpece la vida social. El estado detenta la titularidad de salvaguardar el interés público, que se expresa en diversas dimensiones: de justicia, de derecho, de prosperidad compartida.
La atmósfera pública determina el devenir de la historia de las naciones.
Kennedy no sólo despertó a la nación: la inspiró. Propuso, literal, romper las barreras de lo terrenal para proyectar el poderío intelectual, económico y científico de Estados Unidos. Propuso conquistar la luna.
Goebbels hizo lo contrario. No sólo manipuló a Alemania: la envenenó. Su comunicación talandrante exacerbó el odio animal del ser humano. Fue el camino que condujo a las Leyes de Nuremberg, a la Kristalnacht y al horror de Auschwitz.
El estado crea atmósferas y hoy a México le urge la creación de una atmósfera moral.
Lo que vemos es la desnudez ofensiva de la corrupción que está matando al cuerpo público de la república. Hay un escozor social, una indignación, un sentimiento de agravio que no encuentra eco ni oído en las elites del poder.
A cada reclamo social, se afianza la cerrazón.
Así, hay una atmósfera social de inmoralidad. Hay crímenes, pero no hay castigo. En cada conflicto, prevalece el interés.
El ambiente creado desde el poder apela al saqueo de la nación. A la impunidad. A mantener a toda costa La República del abuso. A perpetuar la transformación de la cosa pública en negocio privado.
La atmósfera de la inmoralidad se refrenda día a día. No hay una sola acción contra los involucrados en los conflcitos de interés de las casas. A Higa no se le conoce ni siquiera una declaración pública de deslinde. Los operadores panistas de los moches siguen ahí. Marcelo Ebrard busca ser diputado (fuero habemus). El gobernador de Chihuahua dice que, «a lo macho», no sabe que ordenó depositar miles de millones de pesos en un banco del que es accionario su círculo íntimo. José Murat dice sin estupor que ninguno de los inmuebles que señala el New York Times son de él. Lo mismo Fidel Herrera. A cambio, el flagelo de la corrupción, Virgilio Andrade, calla. Calla el SAT. Calla Hacienda. Calla la PGR. Solo habla el aparato para encubrir: por eso se detiene al hermano de Angel Aguirre el mismo día que el NYT desmenuzaba los abusos de los Murat: para distraer.
Para generar la percepción que se combate el abuso. Para entretener.
Pero el hecho es más grave. La elite del poder no sólo no está dispuesta a cesar el saqueo. A castigar. Quiere perpetuar el sistema de privilegios.
Por eso el hijo de Martha Sahagún es candidato a alcalde por el PRI. Los hijos de Emilio Gamboa y de Fidel Herrera serán diputados. El hijo de Arturo Nuñez, asambleísta del DF. Los hijos de Alfredo del Mazo y Alejandra Barros, candidatos también. El hijo de José Murat quiere ser gobernador de Oaxaca. Y la cereza del pastel: el hijo de Angel Aguirre busca gobernar Acapulco.
Existe, contrario al cinismo, una indignación social grave. Peligrosa.
No es fácil construir una atmósfera moral desde la sociedad civil. Pero no es imposible.
Los grandes cambios del país se han originado en el seno de la sociedad. No en el poder. En los ochentas era impensable que se lograran elecciones libres en el país. En 1994 nadie pensaba que fuera posible detener una ofensiva militar contra el EZLN. Muchos dudaban de la factibilidad de una alternancia sin una alianza PAN/PRD.
Y se pudo. A golpe de votos. De críticas. De marchas.
La calle cuenta. Las voces que se multiplican pueden ensordecer el adormecimiento de la televisión.
La atmósfera moral necesaria para liberar a México no provendrá de la cúspide. Vendrá de abajo.
En donde vivimos todos.
@fvazquezrig