Fernando Vázquez Rigada
Marzo 3, 2014
Venezuela cruje. El discurso oficial, avasallante, ensordecedor, no ha logrado convencer a la mayoría de que su situación es mejor que antes, que su futuro es promisorio, que el país va por buen camino. La realidad suele ser testaruda.
Ahí, la política se ha basado en el capricho personal, en el carisma, el dispendio y la ocurrencia.
El dilatado gobierno del cesarismo chavista llevó a l país a los linderos del desastre económico. Chávez era simpático, demagogo, despilfarrador pero tremendamente hábil. Maduro es su caricatura. Pasó de ser chofer a jefe de estado.
El nuevo mandatario cayó pronto presa de la locura y de su pequeñez. Ideó una vicepresidencia de la felicidad; en vez de corregir los desequilibrios económicos, pugnó por control de cambios y el racionamiento de mercancías, por la persecución contra el sector privado. Repitió una y otra vez que la economía estaba en buen estado, hasta que el desastre fue inocultable.
Un incidente menor en una provincia se ha convertido en un huracán. La represión asomó su rostro más temible. La intolerancia hizo erupción. Cuando no se comprende la política, siempre queda el garrote, la intimidación, la cárcel.
Ante la convulsión social que se veía venir de lejos, el gobierno ha echado mano de un recurso conocido pero cada vez menos creíble. “Tenemos el respaldo mayoritario, pero hay una maniobra de intereses oscuros para desestabilizarnos” reza la consigna oficial que se repite ad nauseam, por todas partes.
Como el discurso oficial no acaba de cuajar, ahora se cierne sobre los medios el fantasma del cierre o la expulsión. El último botón ha sido el anuncio del gobierno de que si CNN no cesa sus críticas, será expulsado del país. Quien no esté de acuerdo, que se vaya. Quien critique es un traidor. Quien piense diferente tendrá un espacio en la cárcel.
Desde el absurdo del aislamiento, la cúpula gubernamental comenzó a preparar montajes para justificar sus acciones. Emprendió campañas de desprestigio contra sus opositores. Activó su mayoría en el congreso para desaforar a los pocos que desde la oposición se le oponen. Todo eso ha disparado el descontento y promovido el rencor.
De nada sirve la privilegiada ubicación geográfica, la vastedad del territorio, los inmensos recursos naturales. La quiebra financiera llegó. Ahora la alcanza la política. Pronto, ojalá y no, la erupción social. Todo ello tiene un mismo origen: una clase política irresponsable y rapaz. Una camarilla que ha confundido el interés público con su patrimonio personal. Un grupúsculo que sostiene que desde el poder se puede hacer lo que se plazca.
Pero no. La realidad no se modifica. El discurso no cambia los indicadores. Crear un cargo no implica crear una solución: por eso la vicepresidencia de la felicidad ha sido un fracaso.
Cuando el talento se agota, sólo quedan las armas. Pero habrá que recordar a Talleyrand: las bayonetas sirven para muchas cosas, menos para sentarse en ellas.
@fvazquezrig