18/07/2010
Uno es lo que le rodea. Los talentos, las virtudes, los defectos que nos acompañan en el camino nos definen. La imagen de las personas que van con nosotros no es un retrato: es un espejo de lo que somos.
Igual pasa con los gobiernos. Su tamaño se define por una gran cantidad de circunstancias: liderazgo, claridad de objetivos, capacidad de implementación. Pero lo cierto es que en gran medida las dimensiones de un gobierno se miden por la talla de sus hombres.
El arte de gobernar posee dos extremos: la trascendencia histórica o la inmediatez del elogio. Todo gobernante busca sobresalir. Hay quien lo hace, sin embargo, a base de talento, de audacia, de inteligencia de innovación y creatividad. En el otro extremo está quien busca sobresalir por el efecto contrario: la pequeñez, la mediocridad, la lealtad que termina en sumisión como la más importante virtud. El gobernante que busca trascender su generación apuesta al talento. El que pretende salir del paso se afana en que nadie brille por encima de él.
México llega a un momento crítico de su historia con uno de los gabinetes más remendados, con menor lustre, más empequeñecidos. La República se pierde en una guerra sin rumbo que ha costado más de 23 mil vidas. El hampa se anima a matar a candidatos a gobernadores, a lanzar granadas en plazas públicas, a hacer estallar coches bomba. La economía se encuentra en bancarrota. La brecha social que nos separa se ensancha de manera peligrosa. La política naufraga en un mar de rencores que se atizan de manera intencionada pero irresponsable desde el poder.
Justo en este momento, se anuncian cambios que deberían reforzar el llamado retórico a la construcción de un diálogo nacional. El anuncio mismo es fallido, como esta Administración: se habla de un relanzamiento del gabinete cuando lo que se requiere es un relanzamiento de la nación. Para colmo, el resultado es un relanzamiento, sí, pero al abismo.
Con el cambio en el responsable en la conducción política del país, se pierde la gran oportunidad de sustituir a un inteligente inútil, políticamente muerto, por una figura que reforzara el llamado al diálogo y a la construcción. Se dejó pasar la posibilidad de nombrar a personajes como Juan Ramón de la Fuente o José Woldenberg y se optó por la oscuridad de un personaje ajeno a los altos juegos de poder. En su momento, José López Portillo al nombrar a Jesús Reyes Heroles en Gobernación: “Su prestigio me prestigia”. Ahora la historia se repite, pero a la inversa.
Lo mismo se puede decir del resto de los cambios. Los de la Presidencia –las salidas de Patricia Flores y de Max Cortázar- revelan el pequeño mundo de intriga, de lucha burocrática palaciega, pasiones, amores y desamores de la casa presidencial en un momento crítico del país. El peor Secretario de Economía de la historia nacional es premiado con un nuevo nombramiento cerca del que manda. En su lugar se le sustituye con un Doctor en Derecho Canónico: precisamente porque salvar la competitividad del país acaso requiera ya de intervenciones divinas.
Uno es lo que le rodea. La pequeñez del gabinete no es un retrato: es la imagen del espejo de quien lo nombra.
Cuando Miguel de la Madrid integró su equipo de colaboradores en medio del desastre nacional, les aclaró: “No los invito a una fiesta, sino a un velorio”. Hoy corren tiempos similares. ¿Quién es el muerto? La respuesta da escalofríos