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La Ingratitud

En la película Nixon, en el ocaso de su poder, el presidente se topa con un óleo de su más aborrecido rival: John F Kennedy. Ve el cuadro. Le espeta:

-Cuando te ven, los norteamericanos ven lo que quisieran ser. Cuando me ven, ven lo que son.

Los gobernantes son, a menudo, un reflejo de la sociedad. Y los hombres suelen ser ingratos, desconsiderados. Hay grandes hombres que, de pronto, llegan al poder. Emprenden lo que nadie se atrevió. Transforman. Sacuden. Para terminar en el armario del olvido.

Así le pasó a Adolfo Suárez. Hoy le lloran los que no le quisieron votar.

II

La Moncloa, Madrid

Un hombre, prácticamente desconocido, se arrellana en su asiento de la oficina Presidencial. Fija su mirada en la cámara de televisión que le enfoca. Comienza a dirigirse al pueblo español: dice que va a construir la democracia, en un país que la desconoce. Su nombre: Adolfo Suárez.

No pide olvido, pero sí unidad. No demanda respaldo a secas: quiere participación. Les dice

-Vamos a intentarlo juntos.

Porque proviene del franquismo, tranquiliza a los sectores más conservadores del país. Es joven, generacionalmente afín al Rey, lo que le granjea cercanía con los ciudadanos más independientes. Es un hombre audaz, lo que le vale para ganarse con esa, su primera intervención pública, el bono de duda razonable de la nación. Suárez no es un intelectual. No es un técnico. No es culto. Pero es un político: un político fuera de serie. Es muy trabajador y es imaginativo. Es sorpresivo. Sabe negociar y posee olfato.

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A partir de su llegada al poder produce la transformación política más profunda de la historia moderna de España. No solo destroza al franquismo, sino que hace algo más: logra que la Falange vote su autodestrucción. Disuelve las cortes franquistas, mediante el voto de los propios representantes del búnker. Legaliza los sindicatos. Permite al PSOE y a los comunistas de Santiago Carrillo participar en política. Convence a Fraga de aceptar un acuerdo: aprueban una nueva constitución, una ley para la transición y enhebra un acuerdo para la estabilidad social y económica: los Pactos de la Moncloa. Organiza las primeras elecciones libres en medio siglo y hace que España deguste el fino bouquet de la democracia y ese aroma no sólo embriaga: envicia.

III

Todo este huracán de reformas las emprende Suárez en un par de años. Crea su propio partido, a elecciones y gana. La segunda elección que enfrenta, es opacada por un ascenso arrollador del PSOE.

El esfuerzo reformista que ha emprendido en un lustro le ha más que agotado: le ha desfondado. Suárez construyó un capital político y lo invirtió todo en construir la democracia. Pronto sabe que ya no tiene que ofrecer. De manera súbita, inesperada, dice a sus más cercanos, en 1981:

-Les quiero anunciar que voy a renunciar en unos minutos. Ya no tengo liebres en la chistera.

Y se fue.

IV

Adolfo Suárez 2

Justo el día en que va a entregar el poder a Calvo Sotelo, la soldadesca irrumpe en el Congreso, encabezados por el Coronel Antonio Tejero, todos los parlamentarios obedecen la voz militar que les ordena tirarse al piso. En el piso están Felipe González, Alfonso Guerra, Manuel Fraga. Todos se tiran al piso salvo el Presidente y el vicepresidente que es, a la vez, el jefe del ejército: Manuel Gutiérrez Mellado. Adolfo Suárez. Les espeta:

-El Presidente del gobierno español no se tiende.

V

Suárez, con todo, pretende seguir siendo un jugador central de la Política española. Tiene a su partido, la UCD y pretende seguir siendo un polo de influencia. Pero le espera el desengaño: en las elecciones de 1982 su partido obtiene sólo el 6.7% de la votación. Seguirá presentándose a elecciones, pero cada vez con peores resultados.

José María Aznar recuerda en sus memorias con tristeza ver a un estadista como él encabezando a un puñado de parlamentarios. Cómo, siendo el artífice de la democracia, careciera de influencia en el congreso. Cómo, siendo una figura central de la transición, tuviera un sitio perdido en las bancadas, en lo alto: a lo lejos.

 

VI

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Winston Churchill condujo a Gran Bretaña a la victoria en la segunda guerra mundial. Apenas terminado el conflicto, el pueblo británico le da la espalda y vota masivamente en favor de Clement Atlee. Churchill ya no va a la reunión cumbre de Postdam. El pueblo Inglés ha pensado que Churchill era un buen líder para la guerra, pero un mal primer ministro para la paz.

El pueblo español olvidó pronto a Adolfo Suárez. Quizá pensó que era el político imprescindible para la transición, pero prescindible para gobernarla.

 

Acaso por eso, el gran político muere ausente de memoria. Mejor olvidar que fue olvidado. No recordar el triunfo rotundo, para no probar el amargo sabor de la derrota. No recordar la gloria, para no aceptar la certeza terrible de la ingratitud.

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