México arranca un año decisivo para su futuro. Las elecciones de julio próximo definirán mucho más que la conformación de una buena parte de los poderes públicos. La elección marcará el rumbo y el lugar que deberá ocupar el país en el mapa geopolítico, sus posibilidades de desarrollo y la forma como enfrentarán los retos que, en muchos casos, nos agobian.

Esta no es tanto una elección sino un referéndum sobre nuestro porvenir. El dos de julio no elegiremos solo un gobierno, sino un proyecto de nación que nos condicionará para el futuro. Hacia donde se dirige México. Como aprovecharemos nuestras fortalezas y reduciremos nuestras debilidades.

Aquí se enfrentan dos visiones claramente definidas de cómo debe conducirse México en el futuro. Es el debate por la nación que sacudió las estructuras políticas de la República en 1988. Ahí ganó una visión modernizadora que logró indudables aciertos. Se trata de una visión que pide una extensión a su mandato contra otra que exige poner el acento en los rezagos y en las inequidades.

Por ser una elección decisiva, la clase política deberá desplegar sus mejores cualidades para aprovechar un momentum que, por desgracia, se perdió en el año 2000. La alternancia no trajo transición y la falta de transición condujo a la confrontación.

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