01/06/2005
Cosío Villegas concedía avances, muchas veces no menores, pero visualizaba que los diversos grupos de poder se alejaban de sus orígenes y sus promesas. Estaba convencido que los hombres de la revolución, que habían brotado de la tierra, gobernaban no con la razón, sino con el instinto. Quizá por ello, la revolución había logrado destruir los sustentos del antiguo régimen, pero había sido incapaz de construir algo que la sustituyera. Por lo mismo, los destinos del país estaban en manos de camarillas que habían desvirtuado la lucha de 1910.
Como consecuencia, la revolución había perdido su prestigio, su autoridad moral y, peor: el término mismo de revolución carecía ya de sentido.
“La crisis de México” anticipaba el desenlace del letargo: la revolución acabaría entregando el poder a las derechas. Puesto que las izquierdas se habían corrompido, habían dilapidado su capital político y habían llegado a su nivel máximo de eficiencia, el turno de conducir al país le correspondía a las derechas, quienes habían abandonado el poder en 1910. Sería el turno, anticipó, del Partido Acción Nacional, cuyo triunfo se sustentaría en dos estructuras: la iglesia y el desprestigio de la revolución.
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