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LA RENUNCIA

Fernando Vázquez Rigada

 

La política retira: nadie se retira de ella. La máxima era de Don Jesús Reyes Heroles, uno de los políticos más completos que haya tenido el país.

Era veracruzano. Tuxpeño. Cuando los políticos veracruzanos brillaban en el país por su preparación, su astucia, su capacidad.

Reyes Heroles sabía de lo que hablaba. Hizo de la retirada un arte. Siendo director de PEMEX abrió lineas de negociación para evitar la catástrofe en la que derivó el conflicto estudiantil de 1968. Díaz Ordaz le ofreció reformar el 82 constitucional para abrirle la posibilidad de ser presidente. Se negó. El artículo, aseguró con gran solvencia moral, era correcto aunque le prohibiera ser presidente.

Cuando Luis Echeverría lo ridiculizó al nombrar unilateralmente a José López Portillo candidato, se fue de la presidencia del PRI. Cuatro años después renunció a la Secretaría de Gobernación, tras un discurso legendario en Acapulco.

Y es que la política retira. Nadie se retira de ella.

Eso sólo se entiende cuando se tiene un concepto cristalino no ya de la realidad, sino de la dignidad. Ninguna de las dos  capacidades es fácil mantenerlas en el poder.

Otro veracruzano, Adolfo Ruiz Cortines, decía que el poder vuelve a los inteligentes, pendejos; y a los pendejos, locos. La potente luz de los reflectores, ciega. La ovación, ensordece. Por eso un político fuera de serie, Oloff Palme, recomendaba que todo gobernante leyera a solas los periódicos. No las síntesis que les preparan sus colaboradores. Leer la crítica es mantener un ancla con la realidad. Jordi Pujol solía escaparse a caminar y a hablar con la gente. Los mejores asesores son los que nos dicen lo que incomoda.

Pero hay otra dimensión: el de la dignidad. Pese a su poder inmenso, Reyes Heroles protegió siempre su nombre y su prestigio. El brillo no lo da el cargo. Al revés: Reyes Heroles entendió que en ocasiones el nombre deslumbra cuando el cargo se deja.

Someterse a la humillación y al desprecio conduce a la evaporación de la dignidad. Aferrarse a un clavo ardiente termina por perforar el último sostén.

Los dioses griegos castigaban a los pueblos que querían destruir con una fórmula infalible: cegaban a sus reyes. Los enloquecían de soberbia. De arrogancia. De altivez.

En la espiral de la soledad, del aislamiento enloquecido, la camarilla que controla el poder desconoce límites. Deja de haber fronteras. De la inteligencia. De la moral. De la sensatez. Se procede, entonces, a lo peor: a reprimir a indefensos. A clausurar ágoras y universidades. A negar la empecinada realidad. A dilapidar los recursos. A perder la poca dignidad que queda.

Heinz Enzensberger ha reflexionado que los verdaderos líderes son los que se convierten, en algún momento, en los héroes de la retirada. Desandar su camino para salvar lo que se pueda. Aceptar la imposibilidad de permanecer. Reconocer la verdadera estatura.

La retirada es, en ocasiones, el camino más digno, más responsable. Es, frecuentemente, el único posible. Es, siempre, el más duro.

Hay veces en que la retirada es ya tardía y se convierte en desbandada. Pero es, sin duda, el paso último de hombría para aceptar la derrota absoluta. A fin de cuentas, la política retira, nadie se retira de ella.

 

@fvazquezrig

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