FERNANDO VÁZQUEZ RIGADA
Von Clausewitz, en su clásico tratado militar, “De la Guerra”, decía que la más difícil maniobra bélica era la retirada.
Retirarse no implica desfondarse. El desorden aniquila. Implica, más bien, un complejo despliegue de talentos que permite entregar posiciones sin perder la guerra. La retirada es un paréntesis. Un reconocimiento a los límites de la potencia ofensiva. Un respiro para reagruparse y volver a avanzar.
La negativa de Hitler a permitir retiradas lo llevó a la perdición. Mac Arthur, en cambio, se replegó en el pacífico hasta recuperarse de los primeros reveses japoneses. Los rusos han sido artistas de la retirada.
Lo mismo ocurre en política. Las retiradas en ocasiones son imprescindibles. No hay político grande que no haya padecido la derrota y la necesidad de repliegue. Churchill lo hizo. De Gaulle. Mao. Nixon. Juárez. En política no hay victorias permanentes ni derrotas para siempre.
Nadie muere hasta que se muere.
Enrique Peña Nieto no ha querido reconocer que su ofensiva inicial llegó a su límite. Que las fuerzas sociales le son adversas. Que la economía está descompuesta. Que la violencia palpita.
Por eso su gobierno está es desbandada. No es una retirada: es una huida anárquica.
Los datos son muchos y preocupantes. Los organismos internacionales ajustan a la baja las previsiones de crecimiento. El gobierno cede y abre las puertas de los cuarteles en un acto inédito. La secretaría de educación informa que los excesos de lo nómina magisterial deberán ser pagados por los gobiernos estatales, lo que en realidad implica que no se limpiará nada del desfalco inmenso que padece la nación. El INE alerta que hay condiciones para realizar la elección en Guerrero. Estalla otra casa presidencial comprada a empresas privilegiadas con contratos. El presidente incluye en su mensaje a la nación de arranque de año un espacio para el programa de reparto masivo de televisiones, como un logro inmenso de la política social.
La ONU demanda que se reanuden las clases en Guerrero. La CIDH reclama justicia para Ayotzinapa y Tlatlaya. La OCDE se hará cargo de supervisar la transparencia en la licitación del tren rápido México Querétaro. El foco internacional está en nuestras debilidades.
La última plaza entregada fue Michoacán. Se va Castillo, para no enturbiar la elección, como si fuera él y no el crimen organizado quien atentara contra la frágil estabilidad michoacana. Deja el trabajo a medias. Un reguero de moribundos, físicos y políticos. Una sociedad lastimada por su arrogancia.
El gabinete presidencial está en desbandada.
El saldo positivo de la gestión gubernamental son las reformas. Pero las reformas no coagularán en beneficio del país si no se ataja la corrupción. Las licitaciones a modo, los conflictos de interés, la impunidad rampante van a desbarrancar los beneficios, aún lejanos, de la aplicación de las modificaciones que se han aprobado.
La novedad del 2015 es que el gobierno federal, en lugar de propulsar cambios de fondo en sus usos y costumbres, prefiere entregar los pocos avances que ha logrado mediante una cadena interminable de excepciones.
Eso conducirá a profundizar la crisis. Complacer no es gobernar. Ceder no es conducir.
Si se encarga una contraloría a la OCDE para el cuestionado tren rápido de Querétaro, es porque existe el reconocimiento tácito que el actual secretario de Comunicaciones no goza de la confianza pública. Tampoco el encargado del despacho de la Función Pública. En vez de removerlos, se contrata a un organismo internacional.
Por lo pronto, la médula de la reforma educativa está en entredicho. La reforma energética no dará frutos por el desplome de los precios del petróleo, aunque el gobierno porfiará en la ronda uno con explotación en aguas someras, misma que debería hacer PEMEX. Los impuestos continúan asfixiando al sector privado. La cruzada contra el hambre terminó en decepcionante entrega de televisiones gratuitas, que es el símbolo mismo de la frivolidad cupular.
Al negarse a cambiar y aceptar que ya es intransitable la corrupción institucionalizada, lo que hace el presidente es condenar al fracaso su gran orgullo: las reformas.
Si el presidente reconociera la magnitud de la crisis, comenzaría por replantear los alcances de su gobierno, orquestar nuevas políticas públicas y realizar los ajustes en su equipo para esta nueva etapa. Eso implicaría realizar una retirada estratégica para relanzar al gobierno.
No ocurrirá. La terquedad conduce a la derrota absoluta. La antecede la desbandada.
@fvazquezrig