Fernando Vázquez Rigada.
Hay medios sin democracia, pero no hay democracia sin medios. Las páginas memorables de «El hijo del azuihote» «Regeneración» o «Restauración» no sólo cronican la descomposición de la dictadura y anhelan la revolución: también la presagian. El poder de las ideas taladra las duras estructuras gubernamentales.
La democracia requiere de partidos, de división de poderes, de leyes para subsistir. Pero también de medios. Tener medios de información garantiza la crítica, el escrutinio, el disenso. La pluralidad nutre porque, se sabe, la ovación ensordece a los gobernantes.
Pero para que los medios sean una piedra estructural de la democracia, se requiere que haya medios libres.
En México tenemos una democracia formal, no real. México no es una dictadura. Tampoco un régimen autoritario. Ni siquiera una república simulada. Somos una democracia pervertida.
Me explico. Formalmente hay elecciones. Se cumplen los plazos constitucionales. Los partidos compiten por el poder. Hay dos cámaras en el congreso y un poder judicial. El problema es que no funcionan ni representan adecuadamente a la sociedad.
Cualquier elección cruza por dos coordenadas: quien quiera ser opositor debe vencer en elecciones al poder. El dinero público y la operación política de los gobiernos se hace con el mayor descaro y socava la equidad que es la piedra angular del proceso democrático.
El congreso legisla, pero es incapaz de modificar las reglas que perpetúan una partidocracia abusiva y corrupta. En México no existen las facultades legales para que el congreso instale comisiones de investigación reales: que realicen con independencia y solvencia investigaciones que tengan consecuencias.
Los partidos de oposición han roto la columna vertebral del funcionamiento democrático al callar de manera vergonzosa ante los excesos del poder presidencial. Las casas, los abusos, los «ya me cansé» no han motivado un ejercicio de imaginación política para hacer un frente común ante el atropello y la incompetencia. Son partidos, pero no son oposición.
En esta democracia pervertida, los medios de comunicación nos han hecho ver que hay muchos medios de comunicación en México, pero muy pocos son libres. La cantidad no suple a la diversidad. Tenemos mucho de lo mismo.
Increíble, pero en pleno siglo XXI se cuentan con los dedos de una mano (y sobran) los medios o los periodistas que se han esforzado por hacer su trabajo. Por investigar. Por ahondar. Por escarbar. Por incomodar.
Con todo, el puñado de medios críticos y libres han logrado desnudar de cuerpo entero a un régimen que parece joven pero que no lo es. Que habla de modernidad pero garantiza la antigüedad. Que aparenta ser un reformador y es un simulador: reformo todo lo que me permita asegurar mi influencia y mi poder.
La cultura del convenio, más sotifiscada, ha ido dejando en una segundo plano al chayo. La vieja práctica priísta de pagar para callar continúa. El chayote, decía Scherer, espinaba pero alimentaba. También el convenio.
El estado mexicano gasta una cantidad descomunal de recursos anualmente en pago a medios de comunicación. Sabemos que el poder ejecutivo federal invierte alrededor de 6 mil millones de pesos al año. Esa cifra, sin embargo, excluye a los otros poderes, a los 31 estados, al DF y a los 2,457 municipios y a las 16 delegaciones del DF. Tampoco incluye al gasto de los partidos políticos. La cifra debe multiplicarse al menos por diez.
Así, los medios en México deben recibir de dinero público algo así como 70 mil millones de pesos anuales. 191 millones de pesos cada día. Casi 8 millones de pesos cada hora.
Eso explica la enorme laguna informativa que ahoga a México.
El daño que han hecho las revelaciones de tres o cinco medios en México a la presidencia es la muestra de lo que podría ser el país con una galaxia de medios independientes. Dado que son archipiélagos en un oceáno de complicidades, estos medios libres han debido apuntalarse en el apoyo de medios internacionales, cuyo prestigio e independencia son su razón de vida.
Liberar la democracia mexicana de su condición de prostitución implica liberar los medios y permitir que el debate público se profundice y se desate la observación de la placenta del poder.
Para lograrlo, se deben generar las condiciones legales que liberen las ataduras formales. La primera es poner límites al dinero público. La segunda es promover la existencia de medios diferentes.
Hay una tercera vía. Dejar de consumir los medios que sabemos cómplices.
La democracia pervertida mexicana se apega puntualmente a la más socorrida máxima de El Príncipe de Maquiavelo. El fin de este sistema es impedir la información pública y la formación, por tanto, de una conciencia social crítica, combativa e independiente. El fin es mantener adormecida a la sociedad. Entretenida con espectáculos lamentables. Distraída de la indignación.
El fin, pues, justifica los medios. Estos medios.
@fvazquezrig