Independientemente de su resultado, la contienda interna del PAN sienta un precedente. Los saldos son aún nebulosos. No hay claridad de cuál será el veredicto final que el ciudadano común dé al ejercicio interno, pero al final de cuentas se debe reconocer que el PAN apostó por lo que siempre ha sido: una institución que privilegia su ideología, sus creencias y sus postulados sobre el pragmatismo de la política.

Hay, claramente, una corriente interna dentro del PAN, poderosa y extendida por todo el país, que mantiene el llamado de su fundador, Manuel Gómez Morín, para seguir bregando por la eternidad. Lo mejor del PAN han sido siempre sus banderas democráticas. A ellas apostó y ahora llega el momento de asumir los costos.

En principio, el procedimiento para elegir candidato a la presidencia de la República es un distintivo. EL PRI y las izquierdas optaron por la unidad. El PAN, no. Eso define una agenda nacional. Los dos primeros optan por la eficiencia. El PAN por la apertura.

Abrirse a la competencia interna es abrevar lo mejor de la tradición democrática de la derecha moderada mexicana que no comulga dentro de ningún otro partido. En ese procedimiento anidan otros conceptos valiosos para la sociedad: el debate público, la pluralidad, la consulta a la militancia y adherentes. Ahí, sin duda, el PAN gana.

El partido tuvo un largo periodo de exposición sobre sus ideas, sus corrientes y sus figuras. No estuvo exento, en política nunca puede estarlo, de momentos de rispidez. Con todo, es posible que las personas logren aquilatar el valor de haber emprendido esa ruta. La decisión le llevó beneficios: 1.4 millones de spots de radio y televisión a partir del 18 de diciembre. Algo que no tuvieron ni Peña Nieto ni López Obrador.

Pero al lado de este experimento democrático están los costos. La contienda interna sirvió para que se afianzaran las tendencias en los otros dos partidos. Peña le saca 21 puntos a Josefina Vázquez Mota en la más reciente encuesta disponible, de la empresa Parametría. Peor; en los otros dos careos el segundo lugar lo ocupa ya López Obrador, quien gana a Creel y a Codero, y la ventaja de Peña se amplía a 26 y 29 puntos, respectivamente. En cualquier escenario, más de 21 puntos son muchos puntos, y al partido en el gobierno le quedarán sólo 90 días para intentar reducirlos.

Pese a los beneficios de tener una contienda interna, el PAN no logró aprovechar la gran cantidad de spots porque fraccionó su impacto en medios. Tener tres precandidatos dificulta construir un posicionamiento, en especial cuando hubo una batalla que se fue encarnizando.

El último periodo de la interna complicó los escenarios por las denuncias mutuas de espionaje, compra de votos, intervención oficial y acarreo. Veremos qué ocurre el día de la elección, pero al lado de la mejor tradición democrática corre el fantasma de lo peor de la política mexicana que ha ido permeando en el PAN.

Si se verifica una segunda vuelta, como creo probable, el viraje dará un golpe de viento a las aspiraciones de Ernesto Cordero. Si, por el contrario, Josefina Vázquez Mota logra vencer a las estructuras y prevalecer en la primera vuelta, la recepción en el electorado le inyectará una energía importante en el electorado independiente y entonces habrá ya posibilidades de vislumbrar los escenarios con los que arrancará la elección constitucional.

Todo depende del resultado de la interna. Ahí el PAN se juega mucho. A doce años de desgaste de gobierno, debe sumarse la limitación legal de guardar silencio por un periodo de 45 días a partir de mediados de febrero y hasta el 1 de abril. López Obrador acecha. Peña se va. La democracia interna puede ser un motor, pero también un lastre. El ideal nutre al alma, el realismo, al ejercicio del poder.

 En política, quien apuesta mucho gana o pierde mucho. El PAN se aventuró en ese camino. Apostó mucho a convencer que es un partido democrático. Lo hizo a sabiendas de que se estaba generando una percepción ciudadana que quizá no se haya cumplido el domingo 5. Las fichas están sobre la mesa.  Veremos el resultado.