Fernando Vázquez Rigada
El país está entrando en una fase de incertidumbre grave. Existen temores fundados de que el rumbo de la República está extraviado, que las políticas públicas de este sexenio están desorientadas, que el gabinete no está a la altura de los desafíos del país y que no existe la serenidad y templanza para rectificar.
La realidad, terca, termina siempre por imponerse a los discursos, los decretos o los deseos.
En seis meses han salido del país 160 mil millones de pesos. La tendencia se aceleró en las últimas semanas. Los tenedores de bonos no siempre saben: olfatean. Intuyen. Se van.
La desconfianza, en economía, mata.
Esta se origina en la falta de consistencia. El discurso va por un lado y las acciones por otro. La falta de congruencia del gobierno, y en particular del presidente, alertan a los mercados.
La intención confesa de refundar el país, de iniciar un ciclo histórico, no se corresponde con la designación de funcionarios menores, sin experiencia, capacidad y en algunos casos sin preparación. La centralización creciente del poder revela egocentrismo, que desemboca, precisamente, en la necesidad de rodearse no de los mejores que tienen siempre un criterio independiente y crítico, sino en mediocres pero sumisos. En este ambiente, el disenso se confunde con deslealtad.
De ahí que la destrucción de la administración pública sea sumamente acelerada y alarmante. Se ha desbaratado a la Secretaría de Gobernación, la política migratoria, se entregó a Estados Unidos la política Exterior, se mutiló a la Sectur, se socavó al Conacyt, al Coneval, a la CONADE, se desapareció el Instituto Nacional de Emprendedores y se ataca sistemáticamente a los organismos autónomos: se disolvió al INEE y se tiene bajo asedio a la CNDH y al INE. La siguiente asechanza va contra el Poder Judicial.
Las renuncias y el caos son registrados puntualmente por los inversionistas.
También el predominio de la ideología sobre la técnica, que ha llevado a imponer a toda costa proyectos faraónicos que están teniendo ya costos altísimos para el país.
El resultado es el desplome de la actividad económica, en especial la del sector industrial, en donde la industria de la construcción, por ejemplo, tuvo un temible descenso de 9% en un año.
De ahí la destrucción del empleo: 14 mil plazas pérdidas el último mes.
Digámoslo claro: este rumbo no es sostenible.
No es posible que el gobierno tenga menos ingresos y gaste más. La recaudación se ha mermado por la falta de crecimiento y la precaria generación de empleo. Las previsiones del paquete económico se basaron en una expectativa de crecimiento superior al 2%. No llegará ni a la mitad. Además, se generaron huecos por las exenciones en la frontera y, ahora, por la reducción de cobros de derechos a PEMEX.
Cuando uno gana menos, debe gastar menos. Al presidente le urge regalar dinero. Le urge inyectar recursos a PEMEX. Iniciar la refinería de Dos Bocas. El tren Maya. Santa Lucía. Proyectos sin sentido de rentabilidad.
La situación no es peor porque a fin de cuentas, nos ha sonreído la fortuna: Trump mantiene a la economía andando, el dólar está débil, las tasas en el mundo están bajando y esa política monetaria expansiva ha metido al mercado mundial más de 10 billones de dólares, la guerra sino-americana ha favorecido a las exportaciones nacionales.
Pero eso no durará mucho.
Vendrán en las próximas semanas eventos complejos: la posible baja en la calificación de Pemex y luego del país; la previsible trabazón del TMEC; los estragos sobre el sector turístico de la nueva política.
Una economía que tenía fundamentos sólidos hoy está con alfileres.
Hay que tener cuidado: alguien, cada mañana, a las 7, lucha por quitárselos.
@fvazquezrig