POR FERNANDO VAZQUEZ RIGADA
No creo en la tiranía del carisma ni en la dictadura del conformismo. Tampoco en los juicios populares. Somos libres porque pensamos y porque podemos expresar lo que pensamos.
Gracias a una maestra inolvidable, Analía Fernández, amo a la historia desde muy joven. La historia me llevó a la filosofía y, esta, al conocimiento. Tengo una certeza antigua: entre más sabes, menos católico puedes ser.
Quien conoce la historia universal, la de México; quien se ha sumergido en las aguas oscuras de la historia del poder, no debe, no puede creer en la santidad de la iglesia.
Hoy hay dos nuevos santos. Los hay porque la iglesia necesita, con urgencia, figuras. Ejemplos que le acerquen nuevos adeptos. Jóvenes. Escépticos. Y los hay porque su ascenso tenía que ser pronto: la ONU investigaba la participación de Juan Pablo II como presunto encubridor de sacerdotes pedófilos.
Francisco, un Papa ejemplar, entendió, también, una lección básica: el poder no se comparte, se ejerce. La enseñanza vino del propio Dios, que todo perdona, salvo eso: que le disputen su hegemonía. Por eso no hubo perdón para Lucifer. Por eso Nabucodonosor pasa de rey a bestia. La sombra de Juan Pablo II pesa sobre cualquier Papa. Por eso canonizar a Juan Pablo II era un imperativo pero también, había que ponerle límites: se le iba a canonizar, pero no solo. Se recurrió a Juan XXIII, para mandar el mensaje que Juan Pablo es importante, pero es uno más. Para conseguir este objetivo político, Francisco ordenó exonerar a Juan XXIII de cumplir un segundo milagro. Fast track, pues.
Bueno. No tanto. Don Juan tuvo que esperar 51 años para su ungimiento. Pero los milagros políticos no pueden esperar a que lleguen los milagros celestiales. Así que la canonización de Juan Pablo II se cocinó en microondas: en 9 años muerte, beatificación y canonización. Apenas se apagaban los cirios de su funeral cuando ya lo candidateaban para, mínimo, beato. Contrasta con el pobre Juan Diego quien, pese a estar en contacto con la mismísima Virgen del Tepeyac tuvo que esperar la friolera de 500 años para que se convencieran que, sí, tenía los méritos para ser Santo. Un milagro, en promedio, cada 163 años: quien lo manda a ser indio.
A Karol Wojtyla, en cambio, las encuestas lo favorecían masivamente. Le benefició la llegada de un sucesor anti climático: Benedicto XVI. El carisma arrollador de Juan Pablo II, su cercanía con los pueblos del mundo, sus gestos como orar en mezquitas o sinagogas, lo hicieron un Papa único: accesible, humano, atento. Fue el primer Papa tocable: tanto, que casi le cuesta la vida. Aún así, tuvo el gesto admirable de enfrentar a su agresor y perdonarle.
Pero Juan Pablo II fue, sobre todo, un político: un político formidable. Gorbachov dijo que, sin él, el mundo actual no sería lo que es. No exageraba. El Papa polaco llegó a un acuerdo con Reagan para utilizar la red de iglesias católicas en Europa del este para infiltrar dinero, propaganda y armas al mundo comunista. Su palabra fue más que una oración: fue un mazo. Uno que demolió la frágil estructura de poder comunista. Su operación política le debió a millones la libertad.
En su credo, pese a su sencillez, fue conservador y devastador. Arrasó a la oposición interna dentro del catolicismo, encarnado en los representantes de la Teología de la Liberación. Roma los pulverizó. Además, se opuso con firmeza a cualquier reforma posible. Su antecesor lo había intentado y, al parecer, no le había ido nada bien. Juan Pablo II se acercó al tercer mundo, pero no acercó a la iglesia a la pobreza y a la necesidad. A cambio, le ofreció a los creyentes un gran espectáculo: canonizó 594 personas y beatificó a 1,341: más que todos los beatificados y canonizados en el siglo XX.
Lo inexcusable, sin embargo, no es eso. Es su rol como cómplice. Wojtyla fue el artífice de la mayor operación de encubrimiento en favor de pederastas de la historia de la humanidad.
Durante su largo Papado (26 años), miles de niños fueron abusados sexualmente por sacerdotes. La lista la encabeza Marcial Maciel, el fundador de los Legionarios de Cristo que fue acusado de violar al menos a 9 miembros de la Congregación: al ex rector de la universidad Anáhuac, entre otros. La Legión no fue el final del escándalo: fue el inicio. En Alemania, el entonces Cardenal Ratzinger y posterior papa Benedicto XVI, encubrió la violación de cientos de niños. En Australia, la propia iglesia bajo el Papa Francisco ha admitido 620 violaciones, aunque se alegan más de mil. En Irlanda: 413 casos. Los Ángeles, 508. Boston, 712. Nueva York, 212 niños sordos abusados por un solo sacerdote. Brujas, 1 niño abusado.
La respuesta de Juan Pablo II fue triple: pagar, callar y encubrir. A nadie se excomulgó. En 1997, una serie de víctimas de Marcial Maciel publicaron una carta abierta dirigida a Juan Pablo II denunciando sus abusos. Nada ocurrió. Maciel abandonó la dirección de la Legión sólo 7 años después.
Fue ésta la pauta de actuación del hoy santo. Muchos acusados fueron reubicados. Reincidieron. Otros protegidos. Otros, retirados por vejez.
Plausible deniability: así llaman en Estados Unidos a la salida de emergencia para los mandatarios en operaciones secretas e ilegales. La negación plausible. Saber pero no saber. Autorizar pero no explícitamente. Conocer el fin pero no los medios. Asentir sin dejar ningún documento.
Eso hizo Juan Pablo II. Esa es la triste defensa del Vaticano hoy. Juan Pablo II no sabía lo que todos sabían.
No sabía nada, pero ahí quedan los niños, las infancias destrozadas, las inocencias violadas, los sueños rotos. No eran sólo niños: muchos eran huérfanos, discapacitados, todos indefensos. A su clamor de recuperar la dignidad a través de la justicia, se les opuso un muro. Uno de obstáculos insalvables. Uno de abuso para proteger el abuso. Uno que se construyó bajo la dirección del Papa que nada sabía sobre lo que ocurría bajo su mando. Tras ese muro cómplice, quedan también protegidos los otros: los monstruos, los violadores, los pederastas condenados a la reflexión.
Para unos no hay justicia; para otros, protección. Para unos no hay compasión; para los otros, comprensión. Para unos hay soberbia; para los otros, conmiseración.
El Papa tiene una doble connotación: es jefe de Estado y es cabeza de la iglesia. Como Jefe deEstado, Juan Pablo II sería presunto criminal. Como líder de la iglesia, es un santo.
Rara iglesia esta, que canoniza a aquellos que consintieron que la institución del amor hiciera polvo el bello mandato de Jesús: dejar que los niños se acercaran a él.