Fernando Vázquez Rigada
A reserva de lo que arrojen los resultados oficiales, la elección de ayer quedará marcada por varios hechos:
1) Un ambiente de zozobra, violencia, y de ataque de grupos por tales contra la democracia. Nunca en tiempos recientes se habían pronunciado grupos contra la elección. El tema es grave: una de las condiciones básicas de estabilidad es, decía el político Juan Linz, que las elecciones sean reconocidas por todos como «el único juego en la ciudad». Aquí ya no lo es. Hay grupúsculos que están contra las elecciones como única forma de acceder al poder.
Guerrero y Oaxaca fueron tomados, prácticamente, por fuerza federales.
2) Un instituto electoral rebasado, débil, incapaz de meter al orden a un partido filibustero como El PVEM que se dedicó a violar la ley, literal, del primer al último día de campaña.
3) Un hecho inédito fue que de 9 gubernaturas en disputa, 7 se encontraban técnicamente empatadas. La incertidumbre de los resultados es en parte el resultado del hartazgo social con la clase política.
La otra vertiente del hartazgo será la baja participación que se espera.
4) La emergencia de un candidato independiente, entre comillas, el Bronco, que aparece competitivo en un estado clave: Nuevo León.
La ley electoral volvió a probar ser ineficaz. Reguladora en exceso, la norma se convierte en un obstáculo a la fluidez de las campañas. Los vacíos son tan graves como la excesiva burocracia. También las lagunas que debieron ser llenadas a contra corriente.
La suma de estos factores son una radiografía de la debilidad institucional del país. De la fragilidad de la democracia. Del desencanto que devora a la sociedad. Del abuso insaciable de los partidos. De un poder debilitado y complaciente.
Algo hay que hacer en México. Y hay que hacerlo de inmediato.