Por Fernando Vázquez Rigada
El shock y estupor inicial que provocó en México la victoria de Donald Trump tendrá que ser reemplazado por inteligencia, audacia y la adopción de una nueva gran estrategia. No hay espacio para el catastrofismo ni la autocompasión. Debemos actuar pensando que Trump intentará cumplir cada una de sus promesas. La esperanza es mala consejera en política. El realismo orienta y, en ocasiones, impone.
México sobrevivirá a esta coyuntura. Nuestro futuro no depende de Trump: sólo de nosotros.
El resultado electoral es producto de una realidad: hay un Estados Unidos grande, poderoso, temible, que estaba en el clóset. El del rostro blanco supremacista. El de fe excluyente. El machista e intolerante. Ese despertó y ganó.
No es, esa, una nación mayoritaria, pero usó las reglas institucionales y legales para serlo.
Ese hecho cambia toda nuestra estrategia hacia el futuro. No es un tema coyuntural: es un hecho que redefinirá mucho de la relación.
México debe interpretar adecuadamente esos datos. Hacerlo con pragmatismo. Con contextualización. Con una hoja de ruta.
Tres premisas fundamentales: 1) La relación con Estados Unidos no pasa solo por Estados Unidos. 2) México debe utilizar todos sus recursos para adaptarse a la nueva realidad. 3) Debemos aprovechar la coyuntura para fortalecer la situación interna.
Por un lado, el país deberá entender que un nuevo trato con Estados Unidos no solo pasa por la relación bilateral. El peso específico de México es grande y debe ampliar su influencia global para hacerla crecer en América del Norte. Una relación equilibrada con nuestro vecino pasa por fortalecer la relación con Canadá, la Unión Europea y América Latina. Los contrapesos naturales se darán a través de agendas coincidentes entre los dos vecinos de Estados Unidos, sus aliados Estratégicos y la región de influencia continental. China será otro factor a jugar con prudencia e inteligencia: un contrapeso táctico en situaciones complejas.
Por otra parte, debemos desplegar nuestras capacidades no solo políticas: también las económicas, empresariales y culturales para adoptar una nueva agenda internacional.
La sociedad con Estados Unidos deriva de hechos concretos: geográficos, demográficos y culturales.
Hay una relación profunda con Estados Unidos. Una que no solo pasa por quien sea presidente allá o acá. Hay flujos de inversión, comercio, turismo, que son, al mismo tiempo, factores de gran influencia en las esferas de poder e influencia en Washington, en los estados, en los círculos empresariales. La carta pública de juego pasa por fortalecer las relaciones privadas y activar el lobbying que permita encender los focos de alarma sobre los costos de desmantelarlo todo. Costos económicos, sin duda: pero también políticos: vienen una gran cantidad de reelecciones en Estados Unidos tan pronto como en el 2018.
Habrá que recordar que Trump es un outsider en todos los sentidos. Lo es, muy especialmente en este momento, para su partido: y su partido es quien controla el congreso. Hay una gran expresión republicana que no es trumpista. Ni qué decir del poder demócrata: ahí residen la mayoría de los votos de la pasada elección: más de dos millones de los que recibió el actual presidente.
Hay muchos talentos, públicos y privados en México, con la experiencia de la primera negociación del tratado que entienden la complejidad de esta relación especial.
Confío en el poder suave de la poderosa cultura mexicana para atraer reflectores positivos al país. Incluyo aquí a los lazos inmensos que hay con la academia norteamericana y con el establishment intelectual progresista de Estados Unidos. Ojalá que contemos con una diplomacia cultural que remueva el orgullo hacia la grandeza de México.
Por último, esta es una gran oportunidad para amplios sectores nacionales de empujar una agenda en temas clave que no habían sido abrazados por los gobiernos en las últimas dos décadas. Señalo solo dos, aunque hay muchos más: la agenda de derechos humanos y el fortalecimiento de los mercados internos.
No podremos defender de manera efectiva a nuestros migrantes si no ajustamos, pronto, nuestra agenda pro derechos humanos. Hay una gran oportunidad para ampliar como nunca antes el catálogo de derechos en México y garantizar su cumplimiento: aquí y en todos los lugares donde se encuentre un mexicano.
Por último, la economía mexicana registró desde 1989 un sesgo pro exportador. El potencial de los mercados internos, sin embargo, es inmenso. No es el mejor momento financiero para el viraje, pero la prioridad debe ser en reestablecer las capacidades de arrastre de muchas industrias, reconectar las cadenas productivas, fomentar el consumo interno, generar una agenda creativa de desarrollos sectoriales y eliminar los desequilibrios regionales de crecimiento.
Hay mucho que hacer. La peor política es el lamento. No tengan duda: Trump cumplirá, o intentará hacerlo, mucho de lo que prometió. Me preocupa el énfasis que se ha puesto a lo que él hará. Llegó el momento de discutir lo que haremos nosotros.
Nadie puede derrotar a México. Solamente los mexicanos.
Veremos si estamos dispuestos a triunfar.