Fernando Vázquez Rigada
La clase media mexicana está en peligro de extinción. Esa, un motor de prosperidad y estabilidad está siendo devastada: día a día. Semana a semana.
Hay una ruta clara para conducirnos a la precarización del país.
Ya el CONEVAL lo dijo sin paliativos: sin apoyos a la clase media, entre 6 y 10 millones de ésta caerán en pobreza este año. Subrayo: este año.
Así será.
El presidente lo ha dicho con todas sus letras: quiere un cambio de régimen. Pero el régimen político está establecido en la constitución.
Pretender sustituirlo habla, como lo declaró a Epigmenio Ibarra, más que una transformación: una revolución.
El resentimiento presidencial y de su movimiento propulsa dos odios ciegos: contra el estado de derecho y contra la propiedad privada.
López Obrador pasará a la historia como el presidente que comenzó la ruina del país antes de llegar al poder. La devastación de la confianza económica arrancó en octubre del 2018, con la cancelación del NAICM. Siguió con la abrogación de facto de la reforma energética. La extinción de la producción en energías limpias. El cierre de proyectos productivos como el de la cervecería Constellation Brands.
De ahí, siguió la criminalización de evasores, la extinción de dominio y usa a la UIF como mazo.
Hay un gran aparato de control para ir desmantelando los derechos sobre la propiedad privada, la cual es, por supuesto, el sustento mismo de la clase media.
El presidente cree, erróneamente, que puede sustituir al sector privado por un pesado y corrupto aparato político. Por eso canceló todos los apoyos a la sociedad civil. Cerró las estancias infantiles. No se ha preocupado por agrandar la base tributaria pero sí para exprimir a los cautivos. Los fondos de economía se cerraron. También los apoyos a ciencia y tecnología.
Su ausencia de apoyos a las empresas en medio del desastre del Covid, no son una casualidad. Son parte de una hoja de ruta diseñada para hacer desaparecer al sector privado.
Por eso México es el único país del mundo sin apoyos a las empresas para evitar el colapso.
Por eso su afirmación de que la pandemia le había venido como anillo al dedo.
Por eso su arrogancia al decir: si las empresas quiebran, que quiebren.
La clase media está sufriendo el síndrome de George Floyd: está siendo asfixiada lentamente por la autoridad.
En abril, 289 personas perdieron su empleo cada minuto. Repito: cada minuto.
Además 200 mil familias redujeron su ingreso cada día de abril.
Encierro sin apoyo es entierro. Las empresas, formales e informales, van a la bancarrota.
Por donde se vea, es un desastre, pero no empezó con el Covid.
Dos datos y ya. El porcentaje de población que ganaban 7,380 pesos o más se redujo del 35% en 2019 a 16% este año.
El ingreso se está debilitando y está haciendo que una gran, enorme cantidad de personas pasen de la clase media a la baja y de la baja a la vulnerabilidad y a la pobreza.
A la par, están los sondeos para pulsar las reacciones de la sociedad sobre mayores afectaciones a los derechos de propiedad: la aprobación de un impuesto confiscatorio de la plusvalía en la ciudad de México. La laguna que permitiría expropiar escuelas privadas en Puebla y en el país. El amago de que el INEGI censara la riqueza dentro de los hogares.
No. No son ocurrencias. Son señales.
Para el presidente la destrucción del empleo por el Covid le quitó el problema de, tarde o temprano, expropiar.
Las hordas de desempleados, para él, no son problemas y menos tragedias: son clientes.
A esta embestida, la clase media tiene dos opciones: sentarse a esperar su extinción u organizarse rápido y frenar al régimen.
Sólo una ayuda de memoria: en la historia nunca un movimiento de clase media ha podido ser detenido.
Jamás.
@fvazquezrig