Fernando Vázquez Rigada.
La credibilidad y la aprobación se mantienen en gobierno a través de una palabra: congruencia.
El discurso público solo puede mantener consistencia si se acompaña de acciones.
El motor que condujo a la presidencia a Andrés Manuel López Obrador fue el hartazgo, que se nutrió de la indignante corrupción que campeaba en el país.
A esa rabia López Obrador le ofreció una narrativa comprensible, pegajosa: México agonizaba por la corrupción generada por una mafia que había privatizado el poder público.
Sólo la llegada de un presidente honesto podría rescatar al país. Él lo es, dijo, y se proponía limpiar la casa de arriba abajo.
Mantener su gran capital implica la necesidad de probar con hechos que esto no es un discurso más.
Toda esa construcción está en entredicho por la incomprensible terquedad de defender a una persona señalada documentadamente de poseer una riqueza inaudita para su trayectoria.
La credibilidad presidencial se definirá por lo que haga con una persona: Manuel Bartlett.
Bartlett encarna al viejo régimen y más: es el símbolo de lo peor de ese sistema.
Viejo político, fungió como Director General de gobierno de la Secretaría de Gobernación con Mario Moya Palencia como secretario y Luis Echeverría como presidente. Desde ahí se operó nada menos que la guerra sucia contra las guerrillas.
Posteriormente, Bartlett fue Secretario de Gobernación con Miguel de la Madrid. Ahí sucedieron tres eventos terribles que describen al hoy director de CFE. El asesinato de Manuel Buendía, operado desde la mismísima secretaría, a través de la Dirección Federal de Seguridad. El asesinato de Enrique Camarena, en donde se probó la colusión de la propia FDS con el narco. Finalmente, desde ahí se operó el fraude en contra de Cuauhtémoc Cárdenas.
Si hay una mafia del poder, esas credenciales hablan de un capo connotado.
A ellas se agrega el descubrimiento reciente de una fortuna descomunal: más de 850 millones de pesos. Más de una veintena de mansiones. Ranchos. Familiares en 12 empresas. Todo oculto, sin declarar.
Pese a su compromiso, el presidente no lo separó del cargo para garantizar una investigación imparcial.
De hecho, ni siquiera en una primera instancia promovió una investigación.
Inexplicablemente, unió su figura a la de su director, en un intento por acallar las críticas.
No lo logró.
Cuando se reveló la existencia de las 12 empresas, en otro acto incomprensible, el presidente soltó el distractor de que a él lo habían inscrito en una gran cantidad de empresas.
Otro fallo.
Una encuesta reciente arroja que 92 de cada cien mexicanos demandan una investigación, lo que implica que los mexicanos, hartos de corrupción, no están dispuestos a tolerarla más. Incluso si se incuba en la 4t.
A Rosario Robles la encarcelaron por omisión.
Esa sombra debe estar presente en la Secretaria de la Función Pública.
Bartlett es un tumor que el presidente, con imprudencia, lo incubó en su propio cuerpo.
Veremos de qué esta hecha la guerra contra la corrupción. Sí es de hechos, de fondo, como ojalá suceda. O sólo de palabras.
Acción. O demagogia.
@fvazquezrig