Fernando Vázquez Rigada
Febrero 10, 2014
A don F, por el tema.
Han hecho bien los Legionarios de Cristo en abandonar su cinismo y su postura de ignorar lo que ocurrió por décadas en su seno. Lo han hecho, sin embargo, de manera involuntaria, insuficiente y tardía.
La petición de perdón que extendieron por los abusos de pederastia, drogadicción, plagio y perversión de su fundador se acepta, pero no basta. Llega de manera involuntaria, cuando el daño sobre la congregación era devastador: los medios, la ONU, el propio Vaticano presionaban para una reforma interna. La actual postura no es, como sibilinamente afirman, producto de un proceso colectivo de reflexión, sino de una devastadora presión pública.
El perdón, si no se acompaña de justicia, no sirve de nada. Es insuficiente porque la legión no señala a aquellos que rodearon a Maciel para encubrir sus actos, para movilizar recursos públicos en contra de los medios de comunicación que denunciaban al pervertido, que gestionaron su influencia en el Vaticano, que obstruyeron a la justicia. Maciel no pudo actuar solo. A sus arrebatos despiadados le acompañó una cápsula institucional para dejarle impune. No hay un ofrecimiento concreto de entregar a la justicia a aquellos que colaboraron con él, ni intento alguno de reparar el daño –irreversible, por cierto- a las víctimas.
La petición de perdón, por último, llega tarde. Llega cuando Maciel ha muerto. Llega seis años después de su muerte. Nadie tuvo la gallardía ni la honradez ni la congruencia espiritual de enfrentarle en vida. Ocurre hoy lo de siempre: recae sobre el muerto toda la culpa.
Sorprende, aún, la pasividad del estado. El gobierno sólo observa la confesión de delitos como si no existiera en el país un estado de derecho y una autoridad encargada de hacerlo valer. Maciel no actuó solo y eso basta para continuar exigiendo justica. Mientras no tengamos la imagen de curas compareciendo ante un juez por abusar de niños, de adolescentes, no habrá perdón que baste y más: sabremos que este sigue siendo un país de fueros.
Una sociedad que nos es capaz de defender a sus niños es una sociedad rota, cobarde, envilecida. Permitir que un sacerdote abuse de un niño es condenarlo para siempre no sólo en su cuerpo, sino en su espíritu. El único consuelo posible es hacerle saber que no está solo, que hay quienes le acompañamos en su dolor, que exigimos que la ley se cumpla.
Todo seguirá igual. La legión continuará impune. Juan Pablo II –el otro gran encubridor de Maciel-, será santo. El Estado Mexicano guardará silencio. No importa. La memoria no se desvanece. El afán de justicia no se va. Para muchos, el perdón no basta.
@fvazquezr