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BANCARROTA

La palabra encadenada

Fernando Vázquez Rigada
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Argentina y Venezuela prueban, una vez más, que la economía es una ciencia que admite muchas cosas, salvo una: la ficción.

Tras largos periodos de descontrol, de populismo y de irresponsabilidad, la economía da de sí. Pierden los gobernantes, pero pierde, mucho más, la gente. Al final, el autobús del provenir se va.

Estos dos países recuerdan que se puede repetir hasta la saciedad que las cosas están bien, que todo marcha, que hay competitividad y fortaleza. Al final, se impone la realidad.

La penuria en Venezuela se anunciaba desde hacía muchos años. Maduro es a quien le estalla una bomba que se incubó por años. Chávez fue el responsable de desarticular las cadenas productivas, de desbocar el gasto, de regalar dinero para formar una base política. Creó un gobierno itinerante, que repartía efectivo como si fuera una fuente inagotable. Desbarató a las instituciones. Diluyó la división de poderes. Sojuzgó a la prensa. Compró todas las conciencias que pudo. Creyó que la cualidad central para gobernar era el carisma. Maduro fue aún peor: en lugar de corregir, profundizó. Creó una vicepresidencia de la felicidad porque el estado, a su juicio, puede generar la felicidad humana. Se equivoca: no puede hacerlo, pero sí puede lograr lo contrario.

Cristina Fernández es heredera de un poder que se convirtió en patrimonio familiar. La presidencia le llega como herencia, porque existen lugares extraños en donde el mérito máximo es ser familiar o cómplice, en donde las decisiones públicas se toman en el ámbito de lo privado. Hubo un compromiso de defender la paridad. Uno que incumplió.

La bancarrota puede esconderse, pero al final, llega. Hoy, la pesadilla de la inflación, de la especulación, del desfondamiento, acecha. Bajo la crisis de la quiebra de las finanzas públicas o de la confianza, emerge el tufo de la corrupción que se vuelve cínica y grosera.

Las lecciones sudamericanas son crueles, aunque valiosas. Al final, confundir lo público con lo privado, devasta. Gobernar sin escuchar, aturde. Tener ocurrencias en vez de políticas públicas, quiebra. Comunicar sin gobernar con los fundamentos económicos, lleva a la bancarrota. Jamás la ficción ha logrado derrotar a la terca, persistente, inapelable realidad.

@fvazquezr

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