04/07/2010
La República llega a la cita para renovar al 40 por ciento de los poderes estatales hundida en la zozobra. Los mexicanos tienen el derecho de votar hoy. El crimen ya lo hizo, el lunes pasado. Por lo mismo, los ciudadanos tienen la obligación de utilizar los votos para que no ganen las balas.
México escaló un nivel en su ascenso hacia la locura. La ejecución de Rodolfo Torre abrió el capítulo escalofriante de la violencia política, de la realidad narcotizada.
Sucede en medio de una atmósfera de encono y ocurre por la tragedia de una Autoridad ausente.
La atmósfera fue creada desde la Presidencia de la República, Ejecutivo de lento o nulo aprendizaje o de mirada estrecha o de soberbia inmensa. No hay talento, ni grandeza, ni longitud de miras en la conducción del país. Se llegó ahí, haiga sido como haiga sido, a costa de dividir como nunca a la nación. No se usó esa experiencia para reflexionar sobre los riesgos de un país partido ni mucho menos para optar por una política generosa, sobria, inteligente.
La atmósfera no mata, pero facilita la labor a quien quiera hacerlo. Eso lo sabía la inquisición y lo sabía Goebbels. Se ha apostado al abuso, a golpear, a polarizar, a convertir al adversario en enemigo.
Han contaminado el lenguaje. Han torcido el uso de la ley, legitimando el espionaje en ruedas de medios. Han condicionado a las políticas públicas, escatimando los presupuestos a gobiernos de oposición, que son 25 de 32 Entidades. Han brindado un manto de impunidad a los suyos, señalados como omisos de tragedias inmensas como el incendio de la guardería ABC. Han intervenido en los procesos con medidas populistas, como el subsidio al pago de tenencia. Han socavado a las Instituciones de derechos humanos, llamándoles tontas útiles de esta guerra confeccionada por un poder inútil. Han ofendido a los medios, culpándolos del clima de terror que padecen los mexicanos.
Así se llega a este domingo triste, de angustia.
Pero llega también por una Autoridad ausente. El Presidente convoca a un diálogo justo en medio del mar proceloso que ha desatado, justo después de ofender, de lastimar, de intentar descarrilar los mismos procesos que hoy le urge salvar.
Convoca a un diálogo igual que cuando, hace dos años, la indignación de la sociedad civil le pidió renunciar si no podía con la pesada carga de gobernar. Ese diálogo convocó a los mismos actores, a los mismos Congresistas, a los mismos Ministros, a los mismos Gobernantes autistas que no atinan a entender que el poder, el real, comienza a ser de otros.
Aquella convocatoria se diluyó en el oropel, primero, y en la calumnia del dirigente del PAN, después, que en el juego de ganar la elección intermedia al costo que fuera difamó tratando de ligar al PRI con el narco: justo al mismo PRI que bendijo la toma de protesta del Presidente y el mismo que arrasaría al partido oficial en esos comicios. El día después, se le convocó al diálogo: lo mismo que al PRD al que le arraigaron a decenas de Alcaldes para después liberarlos.
Por eso la palabra Presidencial carece de calado, de significado. El poder panista, se sabe por los pactos rotos, no honra sus compromisos. No hay atmósfera, marco institucional ni personas con credibilidad para emprender, ahora, la urgente tarea de reconstruir al Estado.
Por eso hay que votar hoy, justamente hoy, en este día gris y triste para México. No se trata de legitimar el grave desastre nacional con nuestros sufragios. Se trata de insistir en que la política sirve y el voto transforma. Se trata de no desfallecer. De no desmayar los brazos. De negarse a admitir que ganen las balas por falta de votos