01/12/2007
México ha vivido un drama recurrente en su historia. Es una tierra que, salvo contadas ocasiones, ha perdido a sus héroes. Sus grandes hombres, los que mueven gestas memorables, los que se levantan para enfrentar al enemigo, para convocar a momentos de gran valor cívico, terminan en sus propias caricaturas, víctimas de la seducción del poder.
Las palabras malditas de las brujas de McBeth, “Tú serás rey”, envenenan el entendimiento y diluyen los sueños de los héroes mexicanos.
Hidalgo no logra entender el afán libertario del pueblo al que ha convocado a rebelarse. Decide no ir por la independencia total y rehúsa tomar la ciudad capital, ignorando que el poder se vuelve con la misma fuerza, contra quien le rechaza. Agustín de Iturbide deja de ser libertador para convertirse en emperador de hojalata. Santa Ana, el héroe de Tampico, vuelve once veces a la presidencia hasta hacer que medio país se pierda. Díaz, el héroe de Puebla, se reelige hasta al hartazgo y da la orden terrible de Río Blanco al gobernador Teodoro Dehesa: -¡Mátalos en caliente!
Álvaro Obregón, el vencedor de la revolución, el talento bélico y político que es capaz de arrasar a Villa, a Carranza y pacificar al país en nombre del ideario maderista, pronto lo traiciona. El camino que conduce a su reelección es el mismo que conduce a su tumba.
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