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EL TENIENTE

Lo llamamos Héctor, por descarte. Estuvimos proponiendo, mi esposa y yo, alternadamente, nombres. Habíamos llegado al acuerdo que tendría que haber coincidencia de ambos. Un veto eliminaba la propuesta.

Casi agotamos todos los nombres. Me preocupé cuando mi esposa comenzó con un recorrido histórico: Emiliano, Venustiano, Maximiliano. Yo vetaba, cada vez con mayor angustia. A este paso, íbamos a terminar en Acamapinchtli.

Acamapinchtli Vázquez Avila. No me latía nada.

De pronto, surgió: Héctor. Ese era.

Héctor tardó en caminar. Solía gatear con gran agilidad. Con todo, más que gatear le gustaba arrastrarse. Se sostenía con los codos y así avanzaba. Tipo pecho a tierra. De ahí salió su mote, que mantiene hasta la fecha: “teniente”.

El teniente porta orgulloso su grado. Un día un amigo lo quiso ascender a Capitán. Héctor se negó. Teniente era y seguiría siendo.

Fuimos a Boston. Le dije que me gustaría que conociera Harvard. Me preguntó:

-¡Ah, la universidad donde estudiaste¡

-No. La universidad en la que vas a estudiar.-Reviré.

Puso ojos de plato, pero asumió el reto con ecuanimidad.

Hace unas semanas volvimos a Boston. Tomamos un paseo en un transporte anfibio de la Segunda Guerra Mundial. El “duck”. Cuando entramos al río, el guía cedió el mando a los turistas. El teniente se apuntó para conducirlo. Micrófono en mano, el guía comenzó a entrevistarlo. Nombre, nacionalidad. ¿Primera vez en Boston? ¿A dónde iban a ir de visita? Contestó, gallardo, el teniente:

-A Harvard. Ahí voy a estudiar.

El guía alzó las cejas y dijo, como buen gringo:

-¡Uuuoooouu¡ ¡Muy bien¡ Y se puede saber, ¿qué vas a ser de grande que vas a ir a Harvard?

Categórico, el teniente refrendó su vocación:

-Futbolista.

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