01/11/2007
México es el país de las urgencias. Lo es porque no existe un proyecto de país y, por lo mismo, no existe un genuino sistema nacional de planeación. Todo se inventa y se reinventa; se desecha y se recicla. México es un país cíclico y es, también, un país de diagnósticos impecables pero de tratamientos imposibles. En una espiral que tritura el desarrollo nacional, el pasado es lamentable, el presente portentoso y el futuro un sitio al que nunca se llega.
El país acumula presiones porque no se resuelven los conflictos: solo se posponen. La crisis energética, la laboral, la del empleo, la de seguridad, son puntos que fatalmente han coincidido en un gran mapa nacional después de años de haber realizado diagnósticos de lo que ocurría y haber pospuesto, una y otra vez, las decisiones, a veces duras, en ocasiones lastimosas, siempre necesarias y hoy impostergables.
México se quedó en la zona de confort de la estabilidad económica desde 1995. Doce años han transcurrido desde entonces sin que exista un genuino crecimiento económico. El país es así, el país de la estabilidad sin competitividad, el de cero inflación con cero crecimiento: un enfermo que sale del shock para quedar en coma, sin poder volver a la vida.
Como los asuntos no se resuelven o, peor, se resuelven a medias, hoy México es el país de las urgencias. Todo urge. Cuando todo urge, todo se vuelve importante. Y, en una cruel paradoja, cuando todo es importante, nada lo es.
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