Por Fernando Vázquez Rigada
El país se cimbra bajo los argumentos de dos posturas aparentemente excluyentes. Ambas legítimas. Ciertas. Sustentadas.
Entre las fisuras que genera, se asoma el rostro del temible México bronco.
Para tratar de entender, si se quiere hacerlo, no hay que perder de vista los datos . Reales. Frios. Contundentes.
El precio internacional del petróleo (OPEP) pasó de 26.50 dólares el barril a 52.7 de enero del 2016 al 4 de enero pasado.
Por su parte, el precio de la gasolina se incrementó. El alza se refleja dependiendo de las condiciones de cada país: capacidad de refinación, logística, estructura de mercado interno.
El precio promedio internacional es de 1 dólar por litro: 21 pesos.
En los Estados Unidos, la gasolina aumentó 18% el último año. 4.6% en el último trimestre y en la última semana, casi 2%.
En Noruega, Brasil y Canadá, aumentó entre 3.8 y 9% la última semana. (Globalpetroprices)
¿Por qué en México aumentó si somos un país petrolero?
Bueno, cada vez somos menos. La producción nacional se redujo de 2.6 a 1.9 millones de barriles diarios.(PEMEX)
Pasamos de ser el 4o productor mundial en los 80s al 12o en 2016. (Energy Outlook)
Peor: perdimos toda la capacidad de refinación. Casi el 70% del consumo de gasolinas es importado. Por lo mismo, PEMEX, a noviembre del 2016, importó 15, 376 millones de dólares, pero exportó solo 14 mil millones de crudo.
México importa más de medio millón de barriles de gasolina cada día. 88 mil más que en 2013.
Tenemos 6 refinerías, que no operan a su máxima capacidad. Estados Unidos tiene 139. Texas, 27. Louisiana, 19. California, 18.
No es verdad que tenemos, pese a ello, la gasolina más cara del mundo.
111 países tienen gasolinas más caras. No todos son menores: Japón, India, Australia, Chile, Finlandia, España, Holanda, entre muchos otros.
Pero también y quizá más relevante, hay países petroleros, como nosotros, que tienen mayores precios: Noruega, que produce casi lo mismo que México. Brasil, décimo productor mundial. Canadá, séptimo y China, quinto productor mundial.
El precio en Estados Unidos es de 0.68 dólares por litro: 14.28 pesos. (Globalpetroprices)
Nótese que Brasil tiene un ingreso per cápita similar al de México, y China, menor.(Banco Mundial)
Como cada día importamos más, a precios más caros, el impacto de la devaluación del peso la encarece.
Esas son las razones estructurales del incremento.
Hasta hace poco, el gobierno subsidiaba el precio. Hoy ya no es posible hacerlo.
No hay dinero. La llegada de Trump es el principal factor externo. Pero hay uno interno: durante 4 años, el gobierno federal aumentó impuestos y se endeudó hasta un límite de alerta.
Eso hizo que hoy no se tenga espacio de maniobra financiera para seguir subsidiando. Lo que se ha hecho en los últimos tres meses es tratar de frenar una hemorragia que se incubó cuatro años. Los responsables de hoy pagan los costos de la irresponsabilidad de ayer.
Continuar el subsidio implicaba más deuda y riesgos enormes para el país: el precio del litro de gasolina en Venezuela es de 0.01 dólares: 2 centavos. El costo es un país quebrado.
Los cerca de 200 mil millones de pesos del subsidio beneficiaban desproporcionadamente a quienes tenemos automóvil.
El 20% de las familias más pobres gastan 0.8% de su ingreso en gasolinas. Del gasto total de gasolinas del país, el 64% corresponde al 20% más rico: los que ganan arriba de 21 mil pesos. (INEGI).
Los estados con menos automóviles per cápita del país son también los más pobres: Chiapas, Guerrero, Oaxaca y Veracruz.
El subsidio iba a parar a las familias más ricas de los estados más ricos.
Ahora bien. Hay una legítima molestia de los mexicanos, por dos razones: temen que el aumento desencadene una serie de aumentos de precios y sienten que los gobiernos no son solidarios con los sacrificios que realizan las familias.
Hay una enorme pobreza en México y hay, también, una clase media frágil. Solo 2 de cada 10 mexicanos no tienen alguna carencia o vulnerabilidad. Los otros 8 no pueden soportar un shock económico mayor.
Hay una corrupción rampante y abuso en el uso de recursos públicos.
Es comprensible que las personas estén indignadas.
Ese es el segundo argumento: el de la sociedad.
Los mexicanos más necesitados destinan la mitad de su ingreso a dos rubros: transporte y alimentos.
Un incremento en ambos les golpea de frente. En sus mesas. En sus bolsillos. En su bienestar.
Hay una obligación de evitar que el transporte público y los alimentos aumenten.
Junto a esta realidad precaria está el sentimiento de injusticia: el que genera, con razón, la certeza de que el piso no es parejo.
Los legisladores se llevaron bonos que implicaron más de 150 millones de pesos.
Los partidos políticos tendrán un financiamiento de 4,138 millones de pesos.
El INE construirá un edicifio de 1,040 millones de pesos.
Los magistrados recibirán 5,600 pesos al mes en vales de gasolina: un monto equivalente al ingreso promedio de los cinco deciles más bajos: 60 millones de mexicanos.
Un estudio del CIDE reveló que la Suprema Corte gasta 3 veces más que la de Estados Unidos, 6 que la de Canadá y 7 que la de Alemania.
Además está la certeza del abuso.
El ex director de CONAGUA usaba el helicóptero oficial para sus traslados a casa.
La esposa de Javier Duarte iba en avión oficial al salón de belleza en la Ciudad de México.
Guillermo Padrés se construyó una presa.
Marcelo Ebrard destinó sospechosamente 26 mil millones de pesos en construir la línea 12 del metro que no sirvió.
Como se ve, ambos argumentos tienen sustento.
La compleja crisis que vivimos se resolverá acercando las posturas. Hace bien el gobierno federal en cuidar la estabilidad.
No obstante, el Estado Mexicano debe dar muestras de que compartirá los sacrificios de la población y de que los reducirá.
¿Cómo? Vacunando los efectos secundarios del aumento de las gasolinas: blindando los costos del transporte público y los precios de productos de primera necesidad, particularmente tortilla, pollo y lácteos. Generando una red de protección para los mexicanos más humildes.
Esa es la obligación moral que está enfrente.
Responsabilidad con sensibilidad. Esa es la salida al laberinto.
@fvazquezrig