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GOBERNAR EL PRESENTE

FERNANDO VÁZQUEZ RIGADA

Oloff Palme recomendaba a los políticos leer diario los periódicos. Dejar a un lado las síntesis. Las tarjetas ejecutivas. Pedir un café, sentarse a solas y revisar la crítica pública.

Hacerlo, decía, era no sólo sano: era un anclaje. A la realidad. A la vida terrenal.

La zozobra generada por la gran crisis mexicana solo es superada por el hecho de que el presidente Peña no quiere cambiar.

La crisis es multidimensional. Es social. Política. Económica. Por lo mismo, puede convertirse en una espiral destructiva.

Ya ha cobrado su primera víctima: el liderazgo político que ostentó, hasta septiembre, Enrique Peña Nieto.

Una crisis o se enfrenta o consume. El gobierno no ha atinado a enfrentarla con éxito porque parece no reconocer que hay una situación grave en el país.

El Presidente ha admitido que no quiere hacer cambios. Confía en su gabinete, sobre todo en su burbuja. Hará relevos, pero más por la coyuntura electoral que por el diagnóstico de que algo muy grave ocurre.

En política siempre se tiene que tener cuidado de no morir de éxito. Creo que eso es lo que ocurre al gobierno federal. La ruta que tenían diseñada funcionó en los primeros meses de administración. Mostraron gran oficio. Disciplina. Orden. Claridad de objetivos y de métodos.

Obtuvieron las reformas que se habían pospuesto por lustros y que cambiarán el futuro del país. Fue un éxito rotundo.

Pero esa sensación de éxito los alejó de la realidad y de la autocrítica. Los instaló en el reino fatal de autocomplacencia. Ahí les sorprendió el shock que siempre puede llegar. La planificación sirve para resolver lo previsible: el oficio, para improvisar en lo imprevisible.

El gabinete probó sus capacidades para planificar y hacer cumplir los planes. Pero también probó que no sirve para improvisar soluciones cuando ese mapa de navegación se desbarató.

Peña Nieto probó que tiene un gran pragmatismo para hacer cumplir su ruta, pero no lo tiene para inventar una nueva.

Durante 21 meses, desempeñó un juego notable dentro del tablero que había previsto, pero ha sido incapaz de reconocer que ese juego terminó y que ese tablero ya no existe. Por eso se desfondó en su mensaje a la nación sobre Ayotizanapa: quería seguir jugando en su tablero. Por eso apostó a que la crisis se desvanecería. Por eso su mensaje de año nuevo careció de… mensaje. Por eso las crónicas sutiles del viaje a Washington hablan de que él alababa las reformas y Obama externaba su preocupación por los normalistas.

Para cambiar hay que admitir que se necesita cambiar. Que algo está mal. Que las cosas no funcionan.

Para volver a tu terreno de juego tienes que reconocer que ya no juegas en él.

Peña debe entender que la sociedad espera un liderazgo que ha perdido. Que debe reconocer que sus números son terribles. Que no siempre los mejores amigos son los mejores colaboradores. Que el talento nacional no se agota en Toluca ni en Pachuca. Que los críticos no son enemigos.

Peña definió el diseño de su gobierno con el afán de transformar el futuro, pero el presente lo ahoga.

Ser visionario no implica perder el contacto con lo inmediato. Nadie vive en el futuro.

Eso deberá entenderlo y pronto. El presidente deberá asumir el mando y modificar mucho, antes que sea imposible cambiar nada.

@fvazquezrig

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