FERNANDO VÁZQUEZ RIGADA
El PRD ha realizado una jugada de fantasía. Toca varias bandas y sale bien en (casi) todas.
El primer dato que llama la atención es que, por vez primera, el partido del sol azteca opta más por ser democrático que revolucionario, y le funciona. La pulsión revolucionaria es la transformación radical, así el costo sea la demolición. Sus tribus habían siempre tribus de guerra. Todas sus elecciones habían salido mal, precisamente por este espíritu de confrontación.
Hoy, sin embargo, van a una elección y, salvo incidentes muy menores, salen avantes.
Para lograrlo, juegan al contraste y muestran músculo.
Primero, el contraste: se distancian de López Obrador al recurrir a la autoridad electoral para organizar la elección interna. Sacan al instituciones del infierno pejista para legitimarse adentro y afuera. La jugada sale bien. Adentro, se acatan los resultados. Afuera, se aplaude la disminución del conflicto.
Segundo, el músculo. El PRD saca casi un millón novecientos mil electores. Un símbolo de poderío. El PAN, sacando menos de 160 mil, quedó desbaratado en lo interno. El PRD saca diez veces más electores, sin desgaste, en orden. Manda un mensaje claro y contundente de quién manda en la izquierda, al menos en número.
El diseño de la elección favoreció a la disminución del conflicto. Fue una elección indirecta (se elegían delegados) que, por lo mismo, evade la confrontación personal entre dos bandos.
La contundencia del triunfo es otro factor clave. Nueva Izquierda y sus aliados obtienen alrededor del 65% de los votos, contra sólo 27% de las corrientes de René Bejarano, Marcelo Ebrard y Miguel Barbosa. Gana Jesús Ortega, Jesús Zambrano. Miguel Mancera. Amalia García. Silvano Aureoles.
Se consolidan los liderazgos dialoguistas, algo que no puede soslayarse en favor de los acuerdos nacionales. Los sectores duros fueron doblados en la interna. Su triunfo habría significado volver a repetir lo que, desde 1988 y hasta el 2012, el PRD hizo a un costo altísimo: tener los votos pero dejar escapar la influencia. Hoy tienen ambos.
Por primera vez, el PRD no se ha parado de la mesa de negociaciones y, por ello, ha logrado impulsar asuntos de trascendencia. Logró imponer temas sustantivos en la reforma fiscal. Propuestas suyas están en la reforma política, en la de competencia, en los nuevos programas sociales. Tienen la presidencia de ambas cámaras, por primera vez en la historia.
El enfoque es lograr empujar temas de su interés en vez de quedarse en el mundo de la retórica.
Carlos Navarrete será el nuevo dirigente perredista: un político profesional, flexible, negociador. Lúcido. Capaz. Deja en el camino nada menos que a Cuauhtémoc Cárdenas. El viejo cacique pidió la unanimidad que ya no podía obtener. Esa la perdió, al menos, hace tres lustros. El reloj político nunca se detiene, pero Cárdenas lo olvidó.
En el camino de la aplanadora quedan también los restos de Marcelo Ebrard y de Miguel Barbosa. Falta ver qué hará René Bejarano, quien tiene un 15% de los votos que no le rinden para controlar nada, pero sí para debilitar a quien se lo proponga.
Independientemente de lo que ocurra adentro de la casa de las once tribus, lo importante está afuera. Triunfó la corriente que impulsa el diálogo, el acuerdo, la negociación. No pueden ser malas noticias.