LA OTRA POLÍTICA
octubre 4, 2013
ESTOS AÑOS
octubre 4, 2013

LA DICTADURA DE LA MÍNORIA

17/10/2011
En su concepción originaria, la democracia nace para garantizar el gobierno de la mayoría, para otorgarle al pueblo (demos) el poder (cratos). Su diseño se acompaña, entonces, de la noción de distribuir el poder y de fungir como un dique contra el peso desproporcionado de las clases altas en los asuntos públicos. La democracia surge así no sólo como una forma de contrapeso, sino también como un vaso comunicante del gobierno con la mayoría ciudadana.

Con el tiempo, el desarrollo democrático trae nuevos problemas: la mayoría puede ser también, en ocasiones, injusta. El griterío de los que son más ensordece la voz de aquellos que, por diferentes, son minoría y, por tanto, no tienen la posibilidad de ser escuchados. Es una deformación de la democracia. Para resolverla, surgen en el siglo XX, los derechos sociales, que pretenden garantizar la protección económica de todos y, posteriormente, los derechos civiles. Gracias a este desarrollo legal, una vasta proporción de personas son incluidas en el proceso político: de las mujeres a los negros, y de los iletrados a los migrantes.

Ese impulso de más de cien años se ha agotado. El interés por impedir que las mayorías avasallen con sus decisiones los derechos de minorías ha derivado en una nueva deformación. Las buenas intenciones han derivado en malos procedimientos y peores resultados. La inclusión de cláusulas que fuerzan la necesidad de generar mayorías calificadas en la resolución de determinados asuntos, los candados que garantizan la influencia de las minorías en la conformación de políticas, o la desproporcionada influencia del dinero, han conducido a generar un preocupante malestar en la democracia.

En los Estados Unidos, una minoría parlamentaria –el partido del Té- ha logrado (casi) desbarrancar el proceso de reestructuración financiera por una serie de mecanismos legales que les ofrecen facultad para impedir llevar a votación temas al pleno del Congreso. Efectos similares se registran en Europa, en donde las democracias parlamentarias en ocasiones se ven sojuzgadas por la influencia de minorías que permiten formar gobiernos.

En México vivimos no ya un nuevo síntoma de una democracia enferma, sino que nos aproximamos a los linderos de lo que podríamos calificar como dictadura de las minorías. La democracia mexicana está secuestrada. Sus captores no son, por regla general, las minorías sin voz, sino los grupos de interés que se han apoderado del proceso político. El problema del sistema político mexicano comienza de origen: partidos minoritarios que no representan sino intereses familiares o de grupo. La buena intentona de Jesús Reyes Heroles para dar voz a los extremos del espectro político (el comunismo y el sinarquismo) ha terminado en la patética tragicomedia del Partido Verde, de Convergencia o del PANAL.

Felipe Calderón resultó electo con el 36% de los votos emitidos, pero si se considera el número de ciudadanos inscritos en el padrón que se abstuvieron, su mandato se reduce al respaldo de sólo el 19.6% del padrón. En el congreso, la elección de Consejeros del IFE se frustró porque una mayoría de legisladores de 5 partidos no lograron reunir los votos para aprobar el nombramiento. Los grandes monopolios tienen éxito, sin embargo, para pasar una tras otra leyes que protegen sus intereses sobre el interés de la colectividad, llamada eufemísticamente “consumidores”. Gracias a este sistema, 10 familias se llevan el 15% de la riqueza nacional. En la Suprema Corte de Justicia de la Nación, 4 ministros revocan la decisión de una mayoría de 7 sobre la constitucionalidad de la penalización del aborto. En Atenco, una minoría de pobladores logran cancelar un proyecto país para impulsar el desarrollo nacional.

Partidos que son negocio. Presidentes que llegan sin consenso ni son forzados a lograrlo mediante una ingeniería política. Mega empresas que garantizan su poder monopólico. Jueces que defienden su ideología. Ministros que avalan el status quo. Medios que cobran para no informar o, peor, para desinformar.

El poder de estas minorías crece y más: se ensoberbece. Mientras tanto, las otras minorías, las reales, aparecen más indefensas, más desvalidas, más olvidadas: son las muertas de Juárez, las madres de la guardería ABC, los indígenas empobrecidos, las mujeres que no pueden abortar, las parejas homosexuales sin derechos. A su lado, observan atónitas, indignadas, las mayorías despojadas de voz y de poder, encerradas en una jaula de oro que dice a la entrada: “democracia”.

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