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Las Ataduras

01/10/2006

México renueva sus esperanzas cada seis años. Se trata de un ciclo que surgió con la presidencia de Lázaro Cárdenas. Cuando el general corta de raíz el nudo gordiano del Maximato, nace una nueva forma de entender y hacer política en México. Sus reglas han sido definidas maravillosamente por Gabriel Said: Nadie llegar al poder por las armas, nadie llega por méritos propios y nadie llega para quedarse. La constelación del poder en México, desde entonces, gira, en el imaginario colectivo, en torno al poder de un solo hombre que simboliza la posibilidad de renovación total.

Esta concepción, no obstante, pasa por alto un hecho fundamental. La presidencia de la República no es lo que fue y más: el país tampoco.

El invento de Cárdenas, todo el poder para un solo hombre pero solo por seis años, ha dejado de tener vigencia por dos razones. La presidencia ha ido reduciendo sus alcances en la medida que el sistema político se democratizó. Los poderes omnímodos se fueron empequeñeciendo en tanto el voto del dedo índice se sustituyo por un sufragio efectivo. Los cargos ya no se debían al mandamás. No, al menos, todos. La división de poderes se profundizó y el acceso de opositores a las cámaras renovó otros poderes, como el judicial y los organismos autónomos. La célula primaria del sistema mexicano, el municipio, fue el motor del cambio. Ahí, el ciudadano aprende a valorar el poder de su voto: que el poder se renueve es posible por la voluntad popular.

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