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LAS COSAS DE COMER

Fernando Vázquez Rigada

 

 

“Con las cosas de comer no se juega”

 

Esa fue la divisa con la que un grupo talentosísimo de líderes españoles pactaron la transición hacia la democracia tras la muerte de Franco.

 

La responsabilidad política, decía Max Weber, define al final un destino doble: el de la persona pero también, más importante, el de las personas.

 

Las cosas de comer son un puñado: seguridad, alimentación, educación, vivienda.

 

Salud.

 

Con ellas no se juega: por pudor, por convicción, por empatía.

 

Cuando esas cosas se tocan, debe imperar la reflexión, la inteligencia, la técnica. La mesura.

 

Dos estadistas, Lyndon Johnson y Barack Obama, son los creadores del sistema de salud pública en Estados Unidos.

 

El primero lo ideó. El segundo lo reformó y expandió.

 

Increíble, pero hasta 1965 Estados Unidos no ofrecía salud pública. Johnson construyó dos programas: Medicare y Medicaid, con salud gratuita para adultos mayores y personas en pobreza.

 

Fue un gran avance, pero insuficiente. La gran mayoría de la población dependía de seguros privados de sus empleadores. Otras pagan como pueden un seguro y otras no tienen seguro en absoluto.

 

Por lo mismo, en tiempos de desaceleración o recesión, la presión sobre los hogares estadounidenses se hacía insoportable.

 

Según un estudio de Harvard, la mitad de las bancarrotas familiares provienen de una enfermedad: 75% de ellas aún con un seguro privado.

 

Era el signo mismo de la inequidad: el país más poderoso, el de la economía más grande, el de la mayor innovación era incapaz de proteger a millones de personas.

 

Barack Obama quiso remediarlo. No era sencillo: Bill Clinton lo había intentado y casi le cuesta la presidencia.

 

Tenía tres opciones: no hacer nada; eliminar lo que existía, creando un sistema universal gratuito nuevo, o aprovechar el sistema actual, corregir sus deficiencias y mejorarlo.

 

La primera opción era moralmente inaceptable. La segunda era un absurdo. Los programas públicos funcionaban y se complementaban con las aseguradoras privadas. La mayoría de las coberturas las pagaban las empresas. Expandir la gratuidad pública a todos quebraría a Estados Unidos.

 

Así que construyó un sistema a partir de lo que funcionaba y suplió inteligentemente sus deficiencias.

 

Lo hizo a través de tres pilares interconectados: primero, obligó a que las aseguradoras privadas ofrecieran las mismas coberturas a los mismos precios para todo el que deseara contratarles. Con ello aseguraba el financiamiento del sistema: personas sanas podían contratar a precios competitivos su seguro.

 

El segundo pilar fue dar un mandato para que las personas contraten un seguro aún y cuando no padezcan enfermedad alguna.

 

El tercer pilar fue crear una gran bolsa de dinero público para subsidiar el seguro a las personas que no pudieran pagarlo. Cada persona paga en la medida de sus ingresos o no paga en absoluto.

 

Obama hizo algo más. No creó un sistema federal. Más bien, su idea se basó en generar un programa que residiera en los 50 estados. A ellos urgió a poner a competir a las aseguradoras privadas, a crear nuevas aseguradoras o a utilizar el programa federal para lo cual amplió su cobertura. Así bajaron los precios.

 

Obama sabía que lo importante toma tiempo, si se quiere hacer bien. La prisa puede ser fatal. Logró la aprobación de la nueva ley en 2010, pero el sistema no entró en vigor hasta el 2014.

 

Hoy, 30 millones de personas que no tenían cuentan con seguro médico.

 

Las lecciones son muchas. Obama no destruyó: utilizó lo que había y lo mejoró. Creó un nuevo mercado. Le dio un enfoque de justicia social para que pague quien pueda. Armó una infraestructura con los Estados. Se dio tiempo para construir las instituciones, afinar la calidad de los servicios y obtener los recursos que requería.

 

Sobre todo, Obama entendió, por su inteligencia, responsabilidad y cultura, una lección clave:

 

Con las cosas de comer no se juega.

 

Pero claro, es Obama.

 

@fvazquezrig

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