05/12/2010
Uno de los temas más relevantes para la vida democrática de las naciones es la necesidad de que se garantice el derecho a la información. La consagración de este derecho va siempre aparejado a asegurar que sus ciudadanos puedan expresarse libremente. Desde la Revolución Francesa, esta doble pinza se ha garantizado a través del surgimiento de los medios de comunicación. La prensa regular, de gran tiraje y crítica surge a partir de ese momento. La Independencia Norteamericana se nutre del debate de sus dirigentes a través de los documentos federalistas que a la vez enriquece sus postulados de su cúpula que divulga lo que será la nación.
El surgimiento de los medios electrónicos va incorporando a la vida pública elementos de impacto: la voz y el sonido con la radio y la contundencia de la imagen con la televisión. Ambos comprimen, en diversa medida, la información: sus formatos no dan lugar para la profundidad informativa. El último gran salto se da con el surgimiento del Internet. La red es un medio de medios: incorpora texto, sonidos e imágenes. Agrega dos ingredientes clave: interacción del usuario e inmediatez.
Los medios tienen, pues, naturaleza diversa. Son animales diferentes de la misma especie.
Pero a lo largo de las últimas dos décadas, los medios han sufrido otra mutación. Siempre han sido empresas, pero ahora son grandes consorcios multimedia cuyos ejes no son el interés periodístico, sino el entretenimiento o, simplemente, el control del poder público.
Por último, durante los últimos años, las sociedades han expandido su derecho a saber a través de la incorporación de vehículos jurídicos que han abierto la información pública a los ciudadanos.
El mundo contemporáneo y México sufren las tensiones de tener, por un lado, un realineamiento de los medios en la sociedad y, por otro, una confrontación entre el derecho a publicar y las garantías de seguridad.
Los Estados autoritarios, particularmente China y Cuba, hacen un esfuerzo desesperado y anacrónico por impedir el acceso de sus ciudadanos a la Internet. El mundo musulmán, en la mayoría de los casos, controla férreamente la libertad de prensa. El gran debate mundial lo ha provocado, sin embargo, la página Wikileaks, que ha publicado una inmensa hemorragia informativa en el seno del gobierno de los Estados Unidos. Su gobierno se apresta a ir con todo contra sus editores, hoy en fuga. Wikileaks alega su derecho a publicar y el derecho de los ciudadanos a saber. El gobierno de Estados Unidos, postula su deber de proteger a los ciudadanos. La parte débil del argumento es que de los 250 mil documentos en poder de la empresa, poco se relaciona con la protección interna de los Estados Unidos y mucho tiene que ver con el funcionamiento interno del imperio. Las prácticas del gobierno norteamericano son comunes en todo el mundo y en todos los países. El punto es que nadie lo publica.
Llama la atención, sin embargo, que un medio alternativo haya detonado el más grande escándalo de filtraciones desde Watergate.
En México, existe hoy en día una confrontación inusual entre medios nacionales. Medios impresos se han confrontado con las televisoras y la radio con las televisoras. Ocurre que el país padece el peso excesivo de un poder monopólico y los medios luchan por su supervivencia. Ante reglas desiguales, la ley de la selva. Se recurre a filtraciones del poder para lograr la fragmentación de los medios. En México el periodismo de investigación es una especie en extinción. Lo que se entiende como tal es simple y llanamente un juego de poder, en donde el Estado define que se filtra y con qué fines. En muchos casos, los medios no verifican la autenticidad de la información y proceden a su publicación.
El juego era entretenido mientras se demoliera a adversarios políticos. Pero hoy los medios, desde su comodidad, muerden el fruto envenenado que, paradójicamente, ha nutrido su vida. La política de la filtración, que roza la calumnia, se dirige contra ellos. Aquí, perro sí come perro. La costumbre es más fuerte que la visión de largo plazo.
Sobrevivirán no los más fuertes, sino los más hábiles o los más puros. Lo que se exhibe en las pantallas, en las portadas, lo que publican unos y son desmentidos por otros, la corrupción que aflora en las bocinas de los automóviles, simplemente desnuda una triste realidad: los medios están enfermos. Lo están por ser más empresas que centros que esparcen información. Lo están porque en la maximización de la ganancia logran la minimización de la obtención independiente de la información relevante y verificada. Lo están porque las reglas del juego no son equilibrantes.
Los empresarios de los medios deberán entender que viven en un mundo en transición y en un contexto nacional en extinción.
Habrá que adaptarse y lanzarse sobre el futuro. Montarse sobre la ola. Tomar lo mejor de la experiencia de afuera y entender que el público de adentro espera una reforma, una transformación, una revolución informativa