Por Fernando Vázquez Rigada
La corrupción es un cáncer que consume a México. Como una metástasis letal, se ha expandido por todo el cuerpo social de la República.
Se transa para avanzar. Las luces se apagan. Se instala el reino de la simulación.
La corrupción tiene dos efectos terribles: primero, pudre. Luego, mata.
El abuso hace que la cohesión social se rompa. Que se fracturen los huesos de la convivencia. Que se vaya extendiendo la certeza de que la ley no se aplica y que, al no hacerlo, es un papel en blanco, inútil, vacío.
El hecho de que solo 7 de las 32 entidades federativas tengan un grado de impunidad bajo o medio habla del incentivo general para delinquir.
Al lado de que la corrupción pudre la convivencia, termina por matar la confianza en el otro, la esperanza de un futuro común.
La corrupción cuesta a México, alrededor de 178 mil millones de pesos anuales, según el Instituto Mexicano de Contadores Públicos. Eso implica un monto anual superior al de todas las entidades federativas y equivalente al presupuesto anual del Estado de México. Implica, también, que se habría ido por la cañería de lo ilegal algo menos de dos billones de pesos en la última década.
La corrupción ha sido, muy posiblemente, un mal que nos ha acompañado a lo largo de nuestra historia. Quizá su origen provenga del pago de tributos a los imperios en la época prehispánica. Quizá en el patrimonialismo español. Con todo, con la revolución ocurrió una verdadera tragedia nacional: se institucionalizó.
Un viejo y honrado político, ex gobernador de Aguascalientes me dijo alguna vez en su modesta residencia:
-Fui un gobernador decente. Lo malo es que la mitad de la gente no me cree, y la otra mitad, que me cree y me conoce, dice que soy un pendejo.
La alternancia pudo implicar un cambio cualitativo en la relación entre la sociedad y el poder y en la forma de ejercer el poder. No lo hizo.
El respeto malentendido al pacto federal hizo que la República se integrara por 32 islotes en donde había un monarca absolutista en cada uno. Al soltar las manos a los gobernadores, la corrupción quedó sin castigo. Increíble, pero el miedo a aplicar la ley al opositor y la propia ambición de los nuevos poderosos federales trajo una nueva etapa en la triste novela trágica de la corrupción mexicana: el cinismo arrogante.
Los nuevos corruptos -públicos y privados- no solo acumulan una fortuna grosera: la ostentan.
La arrogancia de los nuevos ricos conduce a la ofensa. A la certidumbre de que no les importa el otro. De que no hay corazón que sienta el dolor de los demás. Que mi castillo me protege de la aflicción de millones por no tener agua, drenaje, escuela, medicina.
En un país consumido por la angustia, el miedo y la necesidad, el neo corrupto es absolutamente insensible a la realidad que le rodea y carente de un átomo de moralidad. Así hemos visto al Bronco comprar cobertores con un sobreprecio de 140%: exactamente el porcentaje de mexicanos que pasaran frío. Hemos visto a Guillermo Padrés construirse una presa privada en su rancho, mientras comunidades enteras de Sonora padecen sed. A Fidel Herrera comprar medicamentos inútiles contra el cáncer, aunque la gente muera. A Marcelo Ebrard invertir más de 20 mil millones de pesos en un metro inservible.
Esto ha hecho que la indignación erupcione. Como muchos avances del pasado reciente, el cambio deberá provenir no desde el poder, sino desde la sociedad.
El IMCO está impulsando una ley para generar un entramado de normas y procedimientos jurídicos para combatir la corrupción. La postura ha cobrado tal fuerza que algunos partidos han tenido que adoptarla a regañadientes. Algunos actores, con las manos percudidas de lo que han robado, han firmado la iniciativa con absoluto cinismo.
No importa: se requieren 120 mil firmas para poderla presentar. La única batalla de éxito posible contra la corrupción se dará si tiene anclaje social.
Estar harto implica la obligación -ética, moral, cívica- de actuar.
Más firmas y menos twitts. Más acción y menos crítica de café.
Yo ya firmé. Ya tuve suficiente.
¿Y usted?
Firmas: ley3de3.mx
@fvazquezrig