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EL CÍNICO
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REFORMAR NO BASTA

Fernando Vázquez Rigada
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El Presidente ha concretado en un año ocho meses reformas que transformarán a fondo el rostro del país. Hacerlo conlleva dos grandes méritos: erigirse como el gran transformador de la estructura jurídica nacional y tener la capacidad política para lograr los cambios.

Ninguna de ambas es menor.

Ningún presidente, después de 1994, tuvo la visión para cambiarlo todo y de manera simultánea. Ni siquiera Vicente Fox, que adquirió el gran bono democrático de la alternancia, concibió un programa integral de reformas de tránsito ancho como las que Enrique Peña ha impulsado a partir del año pasado. Los cambios que se intentaron lanzar por dos décadas fueron aislados, desarticulados y -peor- fallidos.

Pero una cosa es querer los cambios y otra lograrlos. El equipo de Peña ha demostrado tener una notable capacidad de operación política. Los esfuerzos reformistas naufragaron por incompetencia. Los votos siempre han estado en el congreso, pero nadie -de Zedillo a Calderón- pudo construir mayorías. A diferencia del salinato, Peña ha construido consensos amplios. Salinas aprobó sus reformas solo con el PAN. Peña, en cambio, no ha caído en los brazos de un solo partido. Primero construyó una coalición interna con el Verde y Panal. Luego se fue a la búsqueda del acuerdo. Muchas reformas se aprobaron con el voto de los tres grandes partidos. Pero otras pasaron mediante la construcción de alianzas tácticas. Unas reformas han avanzado con la izquierda. Otras con el PAN. Ahí reside la gran habilidad negociadora de este gobierno.

Lo que vemos, con todo, no es algo nuevo. El distintivo del PRI ha sido siempre su vocación de poder. El tricolor entiende al poder y disfruta ejerciéndolo. Sabe de consensos, de equilibrios y de torceduras de mano para obtener sus propósitos. Ese ha sido siempre el genoma del PRI. Se fundó cuando los hombres fuertes locales entendieron que matarse entre sí era un mal negocio. Creó el sindicalismo y lo cooptó. Expropió la industria petrolera. Industrializó al país y firmó el TLCAN.
Ejercer el poder nunca ha sido un problema para el PRI. El problema ha sido limitarlo. Los excesos, abusos y corrupción fueron los lastres que terminaron por descarrilarlo y mandarlo 12 años a la oposición. Si las reformas tienen éxito, el principal reto del partido será administrarlas adecuadamente. La ley no es realidad. Los logros sin contrapeso son fatales. En política, muchas veces no hay nada más peligroso que la victoria.

La aprobación del más ambicioso paquete de transformaciones de la historia reciente es un logro indiscutible, pero que no se ha reflejado en aprobación presidencial. 46% de la población sigue desaprobando a Peña Nieto.

Y es que quizá, el PRI comience a comprender algo: el país cambió. Ejercer el poder en democracia es otro juego. El sistema autoritario terminó. Lograr el consenso político no significa tener la aprobación popular. Reforma estructural no es bienestar familiar. La comunicación se puede controlar, pero no toda la comunicación. En el congreso hay que aprobar, pero también hay que motivar. Y México, a decir de las encuestas, hoy, simplemente, no está motivado.

@fvazquezrig

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