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REVOLUCIÓN MENTAL

Fernando Vázquez Rigada

 

En 1978, China se hundía en la miseria. 80% de la población vivía en la pobreza. El ingreso per cápita era de menos de 300 dólares anuales.

Un poco antes, a finales de 1976, había muerto Mao Tse Tung. Mao era buen revolucionario pero pésimo gobernante. De ahí el desastre.

Ese año, en 1978, el nuevo dirigente Deng Xiaoping, lanzó 4 modernizaciones simultáneas de China. El objetivo era salir de la pobreza y lanzarse a la conquista de la prosperidad. Resumió su visión con una metáfora:

-No importa el color del gato. Importa que cace ratones.

Implicaba dejar atrás el que era acaso el mayor lastre del país: la ideología. Si se tenían que tomar medidas capitalistas para beneficiar a la gente, así sería.

La mayoría de los países que han tenido sacudidas importantes han tenido que abrazar el pragmatismo. Lo hizo Roosevelt en Estados Unidos y el rey Juan Carlos en España.

La peor atadura es siempre la mental. Gobernar con un recetario inamovible conduce siempre a un destino cierto: el fracaso.

Quizá por eso alguna vez Winston Churchill respondió a una diputada que lo acusaba de incongruente: con el paso del tiempo, si las circunstancias cambian, yo cambio. ¿Usted qué hace, señora?

Al país le urge una revolución, no social, no económica: mental.

Instalarnos en el debate neoliberales contra progresistas huele a naftalina y peor: resulta inútil. Divide. Consume: tiempo y energía.

Son tantos y tan complejos los retos del país, tan graves sus desafíos, que elegir una ruta única, rígida e inamovible, resulta inútil y hasta ingenuo.

El país vive en círculos desde el fin del desarrollo estabilizador. Esa ruta, mexicanización del modelo de sustitución de importaciones, se montó sobre una serie de políticas aparentemente contradictorias. Poco tenían que ver las reparticiones agrarias, el sindicalismo y la expropiación petrolera de Cárdenas con el desarrollo industrial y las políticas pro empresariales de Alemán. Sobre ellas se montó un modelo que exprimió lo mejor del país.

A partir de ahí, vino una ola de populismo nacional revolucionario, un impasse tras la quiebra y luego un periodo neoliberal que trajo lo que René Villarreal ha denominado, con gran lucidez, estancamiento estabilizador.

Ahora volvemos a los 70.

Pero ni el mundo ni México es el mismo.

Debemos liberar una de las herramientas más poderosas del talento mexicano: la creatividad.

Los mexicanos han dado muestras de su capacidad de trabajo, empuje y compromiso: basta que crucen la frontera norte para producir. Y producir en serio.

La aplicación de políticas aparentemente contradictorias no solo es admisible en una compleja realidad como la que padecemos: resulta hasta necesario.

Los falsos dilemas nos consumen: el crimen no se combate con desarrollo social o con ley y orden, sino con ambas. La política social no es transferencias o redistribución, es ambas. El país no crece con mercado o con estado: se requiere el concurso de los dos.

Es la combinación de elementos lo que resulta exitoso. Un ejemplo: las bases de la economía digital no hubieran sido posibles sin el financiamiento del estado norteamericano vía el cluster militar. Ahí surgió el embrión del Internet, el GPS, la robótica, el láser entre otras. Luego una generación privada de innovadores lo exponenció e inundó al mundo.

La Unión Europea genera importantes políticas de competencia al mismo tiempo que subsidia actividades. El campo recibe 360 mil millones de Euros.

Talleyrand, una de las figuras más escurridizas de la historia, proclive al cambio de bando sin pudor, reconocía su destino como ser un servidor del estado francés, no de los partidos.

Necesitamos una generación sin ataduras a dogmas ni a ideologías, libre de prejuicios y hasta de partidos, que se enfoque en la resolución de problemas con soluciones creativas.

Hay que pensar fuera de la caja. Innovar. Atreverse.

 

@fvazquezrig

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