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El Desinfle

19/03/2012

 

Las elecciones las gana no aquel que ofrece las mejores ideas y propuestas, sino el que comete menos errores. La circunstancia, veleidosa, juega siempre un papel central en su definición. La coyuntura fuerza. Lo inesperado descarrila.

Por eso, en el mundo de la estrategia electoral y de la comunicación política, se dice que nadie gana una campaña: alguien la pierde.

El juego es resbalar lo menos posible, conectar con una gran porción del electorado sin ahuyentar a los demás, acercar sin alejar.
En el cuarto de guerra del PAN deben estar preocupados. Josefina Vázquez Mota ha estado hilando errores que han frenado su crecimiento y más: la han colocado a la defensiva.
En las últimas semanas, la abanderada del PAN perdió el ritmo que una precamapaña compleja le había dado. Al sentirse sola, comenzó a cometer errores.

El primero de ellos tiene que ver con el diseño de su mensaje. Josefina tiene un mensaje bien definido, el de su género, pero cuyo enfoque le está resultando perjudicial. Basarlo todo en una sola carta, la de ser mujer, es por definición riesgoso: apela al sentimiento de una parte del electorado y puede alejar a otra. Primero: no todas las mujeres votan por mujeres. Segundo: un discurso sobrecargado de género aleja a los hombres y tercero, una parte importante del electorado sabe que la solución a los problemas de México no está en si se usan faldas o con pantalones. Hace falta algo más. Algo que Josefina aún no ofrece.

Días después vino el fiasco del estadio semivacío, rota la imagen de unidad y de reconciliación que se había enviado al concluir la precampaña. 
En aras de recomponer los equilibrios internos, el blanquiazul nominó a personajes impresentables en sus listas plurinominales, como Fernando Larrazabal y no ha logrado despejar los conflictos regionales, como la impugnada elección interna en Veracruz.

Para romper el impasse del silencio legal, la candidata del blanquiazul quiso concentrarse en un segmento desafiante: el de los jóvenes. Toda la semana pasada se refugió en foros universitarios. Renegó de su alma mater –la Ibero- y le fue revivida una declaración hiriente: que la UNAM se había convertido en un monstruo. El avasallamiento en redes fue devastador.

La cadena de yerros ha hecho que el PRI y su candidato, que tenían hasta hace poco el monopolio de los resbalones, adquirieran nueva fuerza y confianza. Quizá más importante, la última encuesta de Ipsos muestra a un López Obrador al acecho del segundo lugar, sólo cuatro puntos debajo de Vázquez Mota.
Como consecuencia, la gran interrogante de la elección será, primero, quién se coloca sólidamente en el segundo lugar. Esa posición debe ser clara, incuestionable y más: suficiente para alcanzar al PRI. Si eso no sucede tras el primer mes de campaña, no habrá tiempo suficiente para remontar la desventaja. No bajo las reglas imperantes.
El 30 de marzo llegará el gran reto de arriesgar sin resbalar. De salir a conquistar sin segregar. El temple y la capacidad de los candidatos estará a prueba bajo la máxima presión. Ahí veremos quién puede realmente gobernar a México.

El PAN tuvo en su precampaña su época mejor. Hoy, a su candidata le hace falta un Cordero. No se ve en el horizonte. Llegó el tiempo de la realidad y de probar que es posible volver a crecer. O resignarse a la realidad de hoy: la del descenso y admitir que, diría Chente, finalmente llegó el desinfle.

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