05/07/2009
Se dice que Felipe Calderón comentó, unos días después del dos de julio:
-Conseguimos la presidencia “haiga sido como haiga sido”.
Se refería a la guerra sucia, a la polarización del país, a la intervención de Fox que puso en riesgo la elección. Reforma estaba tomada, el congreso cercado y la izquierda amenazaba con impedir la toma de posesión.
¿Y después de hoy, qué?
Las elecciones intermedias son siempre un referéndum con respecto a la actuación del gobierno en turno. Hoy, sin embargo, en la peor crisis económica de su historia, con la República hundida en baño de sangre, las elecciones se constituyen en una radiografía del nuevo tiempo mexicano.
En el referéndum pierde el presidente y su partido. Calderón va a ver disminuida su bancada en entre 30 y 60 curules. El descalabro es el colofón de una larga cadena de derrotas, que hizo que en el 2008, el PAN consiguiera sólo 18 de 198 presidencias municipales que estuvieron en disputa y 3 diputaciones de 115.
Quizá el PAN no pierda muchos puntos porcentuales con respecto a su votación del año 2006 (33%), pero lo central es que el presidente intentó convertir esta elección en un respaldo a su política de seguridad. No ha habido otro tema en la agenda presidencial que el combate al hampa. Los resultados electorales le envían un mensaje cifrado aunque categórico: el gobierno debe enfocar más esfuerzos a la economía, al empleo, a combatir la carestía, a garantizar prosperidad a los mexicanos. Las balas no bastan.
Pero Calderón pierde por partida doble: pierde la elección y pierde en la capacidad de construir acuerdos. En su afán por ganar, embistió contra sus adversarios y promovió la polarización del país. Los despojos del naufragio serán evidentes mañana: con minoría en la Cámara, y las fuerzas opositoras resentidas por los epítetos terribles: criminales, simuladores, obstruccionistas.
La plataforma de gobernabilidad de Calderón en la Cámara baja queda en huesos. Por un lado, se avizora la posibilidad de una coalición opositora que gobierne la Cámara; por otro, gana el partido del desencanto nacional.
En efecto, los escenarios más factibles indican que el PRI será una primera fuerza en el nuevo Congreso con alrededor de 235 diputados. Sin embargo, si el tricolor logra pactar con el Partido Verde un acuerdo de gobierno parlamentario, ambas fuerzas podrían tener el 50% más uno de los votos. Con ello, tendrán el control del presupuesto, de las auditorías al ejecutivo y de las principales comisiones. Podrán, por sí mismos, pasar leyes.
El gran triunfador de la elección será, sin duda, la abstención. Esta se estima que será de entre 60 y 70%, lo que indica el desencanto de los ciudadanos con respecto a las capacidades transformadoras de la política.
De concretarse, y aunado al voto nulo, que puede ser de entre 5 y 10%, la legitimidad de la clase política está en entredicho. La combinación de factores puede hacer que tres partidos desaparezcan: el PSD, Convergencia y el PANAL. Las tres fuerzas políticas están luchando por sobrevivir.
El Presidente Calderón se enfrentará, entonces, el día después, ante un panorama complejo. La ciudadanía le habría mandado un mensaje de alerta para que rectifique. Su plataforma de poder real quedaría en huesos: menos del 10% de los electores del padrón le habrían otorgado su voto. El PAN habría sido incapaz de rescatar Nuevo León y los resultados en San Luis Potosí y Querétaro son de pronóstico reservado, pese a que ambas entidades habían sido bastiones albiazules. La política de la discordia que ordenó implementar a Germán Martínez habría dinamitado los puentes no sólo con los nuevos diputados, sino con la poderosa bancada del PRI en el Senado, imprescindible para pasar leyes ante la incomunicación del presidente con la izquierda.
Los saldos de la elección para el ejecutivo son mayúsculos y adversos. El gobierno no puede seguir sin atender los grandes temas nacionales, allende la agenda de seguridad. Apostar a la división es apostar a la fractura y las fracturas conducen, siempre, a la confrontación.
Calderón apostó todo al día cinco y olvidó que lo más importante para el país es el día seis. Quiso construir una mayoría propia y terminó construyendo una mayoría en su contra. Convirtió a sus adversarios en enemigos, al reiniciar la política de la ofensa y abrir el peligroso camino no sólo de la judicialización de la política sino, incluso, el de su criminalización.
Si los números fríos no le ayudan al Presidente rectificar el rumbo de su sexenio, éste, en pocos meses, habrá terminado. Quizá llegó, para él, el momento de hacer un alto en el camino, dar un golpe de timón y demostrar que la vuelta de los políticos a los Pinos, finalmente, puede tener alguna utilidad al país.
Los mexicanos ya hablaron, haiga sido como haiga sido