01/03/2009
Entre muchas lecciones que nos ha dejado la crisis global en la que estamos sumergidos, destaca el hecho de que el sector privado mundial está pasando por un deterioro en su ética, honradez y compromisos.
Al igual que a finales de los ochenta, cuando se abrió un amplio espacio de reflexión y crítica contra la acción de los gobiernos, hoy parece necesario, indispensable, repensar la forma como se regula y supervisa la actividad privada.
Lo que hoy observamos es el predominio de la ambición y del abuso. Los valores que se fueron incubando por años en el seno de la sociedad norteamericana, que privilegiaban el crecimiento económico como fin mismo de la existencia acabaron por llevar al naufragio la solidez del patrimonio de millones de familias. La paradoja es la siguiente: la idolatría al consumo terminó por consumir el sueño americano.
Los salarios estratosféricos de los funcionarios empresariales, la ganancia fácil como eje de los negocios, la posibilidad de vivir en una esfera irreal, ficticia, que hizo que millones de personas ingresaran en clases sociales que les eran ajenas hicieron que el modelo fuera insostenible.
Los datos nos indican que el ahorro de las familias norteamericanas era, prácticamente, de cero por ciento de sus ingresos y peor: se estima que, sólo en tarjetas de crédito, cada familia tenía una deuda que promediaba diez mil dólares, algo así como 150 mil pesos. Bajo esta lógica los bancos comenzaron a prestar de manera irresponsable, reasegurando su deuda frágil lo que se convirtió, fatalmente, en un dominó de quiebras.
El drama subyacente es, por supuesto, el patrimonio perdido de millones. Sólo en octubre y noviembre se registraron más de millón y medio de juicios hipotecarios en todo el país. Hay, sin duda, una grave responsabilidad de los más altos ejecutivos por haber generado de manera irresponsable, corrupta, esta gran bola de nieve.
Los ejemplos del abuso empresarial sobran. Se han descubierto mega fraudes en grandes pirámides globales que reventaron en la medida en que ya no hubo inversionistas que alimentaran la vuelta del dinero, al tiempo que diversos participantes exigían su dinero de regreso. Pero eso es sólo una parte del drama: la otra es la irresponsabilidad de los bancos que hicieron operaciones de alto riesgo, sin sustento que terminaron por quebrar a todo el país. Lo hicieron en el afán de ganar dinero fácil. En su ambición, contagiaron a todo el mundo.
Hasta ahora, no ha habido castigo para todos aquellos que poseían sueldos de más de diez millones de dólares anuales y que hoy, después de haber quebrado a sus instituciones, a miles de familias y contagiado a todo el planeta tuvieron el cinismo de liquidarse para asegurar su vejez.
El reflejo del régimen de impunidad está en el hecho de que, pese a la penuria de millones de norteamericanos, pese a que el gobierno de Estados Unidos ha hecho un enorme esfuerzo por rescatar bancos, aseguradoras, industrias, los grandes barones del dinero han utilizado esos fondos públicos para comprar aviones, pagarse bonos y mantener su burbuja de frivolidad.
Con todo, la medida exacta de lo que están dispuestos a hacer está en las reacciones que han tenido los mercados ante los anuncios de paquetes de ayuda del presidente Obama. Cada anuncio ha provocado caídas en los índices de cotización de Wall Street, en algo que parecería carecer de lógica económica.
¿Por qué la falta de confianza? Finalmente, Obama ha destinado prácticamente 800 mil millones a inyectar liquidez a los mercados, ha declarado que reducirá el déficit descomunal que le heredaron –de más de mil millones de millones quinientos mil millones de dólares- a la mitad con una serie de políticas de austeridad, ahorro y racionalidad. Entonces, no parece existir una razón para que la incertidumbre prevalezca.
Pero sí la hay. El hecho frío es que el desplome en las bolsas, la falta de confianza en las políticas públicas del nuevo gobierno, provienen del reino de la ambición.
Los grandes capitalistas norteamericanos no están satisfechos. Quieren más. Y es que Obama ha destinado efectivamente 800 mil millones de dólares a rescatar las hipotecas pero ha hecho énfasis en que esos recursos estarán destinados para salvar el patrimonio de las familias norteamericanas, no a los bancos. Contrariamente al Fobaproa mexicano, el nuevo gobierno de Estados Unidos quiere asegurarse que el recurso público se utilice adecuadamente, y que no se convierta en una nueva fuente de riqueza y abuso.
Obama ha dicho que reducirá el déficit, pero ha subrayado que esto se hará recortando rubros de gasto que beneficiaban a un selecto grupo de industrias, particular aunque no exclusivamente ligadas al establishment militar.
De ahí que los mercados vean con resquemor los esfuerzos del nuevo presidente. El reino de la ambición, de la avaricia, de la codicia desmedida no quiere dejar de existir. En su ceguera, pasan por alto que no es posible continuar con el régimen absurdo de privilegios del que se beneficiaron por años. Quieren sobrevivir, pero no quieren hacerlo con sacrificio ni con su dinero. Quieren reconstruir sus bancos e industrias con la comodidad de quien recibe como regalo millones de dólares.
Ese mundo, sin embargo, acabó y los esfuerzos de los gobiernos deberían enfocarse a asegurarse que nunca volverá.